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Todos
estamos salvados a pesar de nosotros... y además, los unos para los otros.
Nunca se ha tratado de un concurso de méritos. Si Dios es amor y la gracia es
verdad, entonces ¿dónde exactamente está el tope? "¿Tan corto es mi brazo
que no puede redimir?" (Is 50,2). ¿Hay alguien que haya alcanzado méritos
suficientes y no necesite ser salvado? Dime su nombre, por favor.
Esta promesa y esta fabulosa esperanza
podemos verlas crecer a través de numerosos pasajes de la Biblia que nos
sirven, por así decir, de marcapáginas: la omnímoda alianza con Noé (Gn
8,16-17), el escandaloso globalismo de los profetas judíos (Is 2,1-4; 56,2-8),
el convencido universalismo de los primitivos himnos cristianos (Ef 1,9-10; Col
1,15-20), la "restauración universal" (apokatástasis) prometida en el primer sermón de Pedro (Hch 3,21) o
sencillamente en la voluntad y en el deseo inequívocos de Dios (1Tim 2,4; Jn
3,17).
¿Es posible que Dios no consiga realizar
sus propósitos? ¿Somos nosotros quienes mandamos? ¿Tiene nuestro pecado la
última palabra? ¿O es Dios quien domina y quien resulta victorioso? Si Dios es
omnipotente, no es casualidad que a menudo comencemos las oraciones con la
apelación "Oh, Dios omnipotente y misericordioso", porque el poder de
Dios se utiliza precisamente para ejercer misericordia a lo largo de todo el
texto en evolución que es la Biblia.
¿Existe algo a lo que pudiera permitírsele
frustrar este deseo divino, esta capacidad divina de lograr la verdadera victoria?
Pablo afirma categórico: "¡Nada!" (Rom 8,38-39). Lo
dice después de enumerar todos los supuestos habituales obstáculos al triunfo
divino, y añade: "Si Dios absuelve, ¿quién condenará?" (Rom 8,33-34).
¿Por qué no utilizamos el poder petrino de las llaves para desatar el mundo de
este modo, ofreciéndole la victoria plena del amor de Dios? ¿Por qué preferimos
atar a desatar, cuando es evidente que Jesús nos concedió poder tanto para lo
uno como para lo otro? (Mt 16,19).
Muy poco es, a mi juicio, lo que en
realidad se resuelve, soluciona, arregla o responde a la historia humana.
Vivimos en una situación intermedia, soportando tensiones, descubriendo e
incluso amando las paradojas, dándonos cuenta de que nosotros mismos ‘somos’
las contradicciones visualizadas por la imagen geométrica de la cruz.
Ese espacio vivo, el verdadero espacio
liminal, se denomina "fe", y Jesús lo ensalza
incluso más que el amor. Y es que en el seno de ese campo de fuerzas, en el
marco de la economía de la gracia, es donde todo lo nuevo, incluido el amor,
puede ocurrir en cualquier momento.
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