martes, 5 de junio de 2018

175.- INHABITACIÓN MUTUA



175.- 
Todos estamos salvados a pesar de nosotros... y además, los unos para los otros. Nunca se ha tratado de un concurso de méritos. Si Dios es amor y la gracia es verdad, entonces ¿dónde exactamente está el tope? "¿Tan corto es mi brazo que no puede redimir?" (Is 50,2). ¿Hay alguien que haya alcanzado méritos suficientes y no necesite ser salvado? Dime su nombre, por favor.
Esta promesa y esta fabulosa esperanza podemos verlas crecer a través de numerosos pasajes de la Biblia que nos sirven, por así decir, de marcapáginas: la omnímoda alianza con Noé (Gn 8,16-17), el escandaloso globalismo de los profetas judíos (Is 2,1-4; 56,2-8), el convencido universalismo de los primitivos himnos cristianos (Ef 1,9-10; Col 1,15-20), la "restauración universal" (apokatástasis) prometida en el primer sermón de Pedro (Hch 3,21) o sencillamente en la voluntad y en el deseo inequívocos de Dios (1Tim 2,4; Jn 3,17).
¿Es posible que Dios no consiga realizar sus propósitos? ¿Somos nosotros quienes mandamos? ¿Tiene nuestro pecado la última palabra? ¿O es Dios quien domina y quien resulta victorioso? Si Dios es omnipotente, no es casualidad que a menudo comencemos las oraciones con la apelación "Oh, Dios omnipotente y misericordioso", porque el poder de Dios se utiliza precisamente para ejercer misericordia a lo largo de todo el texto en evolución que es la Biblia.
¿Existe algo a lo que pudiera permitírsele frustrar este deseo divino, esta capacidad divina de lograr la verdadera victoria? Pablo afirma categórico: "¡Nada!" (Rom 8,38-39). Lo dice después de enumerar todos los supuestos habituales obstáculos al triunfo divino, y añade: "Si Dios absuelve, ¿quién condenará?" (Rom 8,33-34). ¿Por qué no utilizamos el poder petrino de las llaves para desatar el mundo de este modo, ofreciéndole la victoria plena del amor de Dios? ¿Por qué preferimos atar a desatar, cuando es evidente que Jesús nos concedió poder tanto para lo uno como para lo otro? (Mt 16,19).
Muy poco es, a mi juicio, lo que en realidad se resuelve, soluciona, arregla o responde a la historia humana. Vivimos en una situación intermedia, soportando tensiones, descubriendo e incluso amando las paradojas, dándonos cuenta de que nosotros mismos ‘somos’ las contradicciones visualizadas por la imagen geométrica de la cruz.
Ese espacio vivo, el verdadero espacio liminal, se denomina "fe", y Jesús lo ensalza incluso más que el amor. Y es que en el seno de ese campo de fuerzas, en el marco de la economía de la gracia, es donde todo lo nuevo, incluido el amor, puede ocurrir en cualquier momento.

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