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El
poder, de por sí, no puede ser malo. Simplemente necesita ser reorientado y
redefinido como algo mayor que la dominación o la fuerza. Antes que decir que
el poder es malo, la Biblia revela la paradoja del poder. Si el Espíritu Santo es poder,
entonces el poder tiene que ser bueno, no algo que siempre es resultado
de la ambición o la codicia. De hecho, una mujer o un varón verdaderamente
espiritual es una persona muy poderosa. En el caso de individuos como Moisés,
Jesús y Pablo, cabe suponer que Dios utilizó, desarrolló y transformó
precisamente sus poderosos egos, pero no los desechó. Si no explicamos el
sentido positivo del poder, nos contentaremos invariablemente con el poder
malo, o bien eludiremos nuestra vocación de poder.
El Dios plenamente revelado en las
Escrituras no tienen interés alguno en que sigamos siendo niños (1Cor 13,11) o
"huérfanos" (Jn 14,18). Dios quiere interlocutores adultos capaces de
manejar el poder y de criticarse a sí mismos (cf., por ejemplo, Hb 5,11-6,1).
“¿Y sabes por qué son capaces de
manejar el poder? En primer lugar, porque no lo necesitan y, en segundo lugar,
porque son conscientes de que no les pertenece”.
Por regla general, uno no es capaz de manejar el poder hasta que no “necesita” ya poder exterior alguno.
Quien ostenta verdadero poder no necesita alardear de él. Quien sabe que es un
instrumento de un Poder Superior no se toma demasiado en serio su pequeño
poder.
“¿Cuándo no necesita uno alardear de
poder, ni hacer ostentación de él? ¡Cuando goza de poder interior!”
Es entonces cuando se asemeja más a Dios, quien es capaz de esperar catorce mil
millones de años y de permitir que este universo se despliegue por sí solo como
si fuera independiente de él. Las personas que poseen en su interior semejante
poder divino suelen ser las que mejor comparten el poder exterior y mejor
emplean el poder para el bien común: "Aspirad a los carismas más
valiosos", se atreve a decirles Pablo (1 Cor 12,31). Sabe que no abusarán
de su poder, porque son participes del poder más amplio del cuerpo de Cristo y
no lo ostentan de forma independiente ni en razón de su propia ambición o
menesterosidad.
En el NT, los doce apóstoles son conocidos
por su gran lentitud a la hora de aprender este mensaje. Justo después de que
Jesús les haya enseñado el camino del liderazgo de servicio, comienzan a
discutir sobre quién es el mayor de ellos (Mc 9,30-37), y su necedad se repite
incluso más tarde (Mc 10,32ss). Conviene saber que esto pretende ser una
caricatura política: ¡se supone que uno debe reírse con ella! ¡Les acaba de
instruir sobre la vida del abajamiento, y no se les ocurre preguntarse otra
cosa que cuál de ellos va a ser el próximo arzobispo!
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