jueves, 7 de junio de 2018

31.- ACERTAR EN EL QUIÉN


31.- 
¿En qué consiste nuestra caída?
Pasemos ahora al capítulo tercero del Génesis y examinemos la "caída" en sí misma. La caída no es sencillamente algo que en un momento histórico les sucede a Adán y Eva. Es algo que acontece en todos los momentos y en todas las vidas. Debe sucedernos y nos sucederá a todos nosotros. De hecho, como dice la mística inglesa Juliana de Norwich, "primero se produce la caída y luego nos recobramos de ella, y ambos hechos son manifestación de la misericordia divina". Al caer, aprendemos casi todo lo que importa espiritualmente. Como parecen decir muchas de las parábolas, por ejemplo, todas las de Lc 15, para poder encontrar algo y celebrar debidamente el hallazgo, primero tiene uno que haberlo perdido (o saber que carece de ello).
La Biblia nos presenta relatos de una suerte de "pequeño teatro", a fin de prepararnos para el "gran teatro", enseñándonos, en efecto, que no acontece solo aquí, sino por doquier; no se trata únicamente de este varón o esta mujer, sino de todo varón y toda mujer. Durante demasiado tiempo ha sido habitual para los cristianos, por ejemplo, leer la Biblia con suficiencia, observando a menudo: "Ese era el problema con la religión judía en aquel entonces".
Así eludimos astutamente reconocer que justo ese mismo problema se deja sentir también en la actualidad; y además, en nuestra propia confesión. Si el texto está de verdad inspirado, revelará sin falta "los patrones siempre verdaderos", incluso -y muy especialmente- aquí y ahora, en mí, y no solo en aquel entonces.
En el Génesis, el Maligno, representado en forma de serpiente, alimenta el recelo de Eva. Ello desencadena un distanciamiento mutuo entre Eva, Adán y Dios, como hace la prevención en todas las relaciones. Alguien nos dice algo malo sobre una tercera persona, y eso dispara nuestra mente, que comienza a encajar toda suerte de piezas en un preciso patrón construido por entero en nuestra cabeza.
El primer paso es el recelo, la siembra de la duda, y además todo se inicia en la mente (cf. Sant 4,1-2). El recelo encuentra casi siempre indicios de aquello que recela. Impulsa inevitablemente hacia estados de resentimiento y hacia la incapacidad para confiar en alguien distinto de uno mismo. Esa es la psicología de lo que está aconteciendo aquí, y todo se encuentra contenido en una sencilla línea argumental.
El texto dice luego: "Se les abrieron los ojos a los dos" (Gn 3,7). Se abrieron a un universo escindido. Los maestros de oración llaman a esto "escisión sujeto-objeto". Acontece siempre que nos situamos frente a las cosas con actitud distante y analítica y no podemos ya conocerlas por afinidad, semejanza o conexión natural, sino meramente como objetos exteriores a nosotros.
En todos los seres humanos, esto principia en torno a los siete años, que es cuando "abandonamos el jardín". Antes de ese momento, al igual que Adán y Eva en el jardín del Edén, existimos con conciencia unitiva. Ahí empezamos todo, cuando "el Padre y yo somos uno" (Jn 10,30), o mi madre y yo somos uno, que es la situación que disfrutamos en los primeros años de vida.
Comenzamos teniendo conciencia unitiva y luego, antes o después se produce la escisión. No puede por menos de suceder. “Comeremos” del árbol del conocimiento del bien y del mal y “sufriremos” la "herida del conocimiento". Desconfiaremos de nosotros mismos y de todo lo demás. Dudaremos. Esto se llama "estado de alienación", y muchos pasan su vida entera en él.

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