jueves, 7 de junio de 2018

2.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN




2.- 
La palabra que los cuatro evangelistas y san Pablo eligieron para denominar la nueva revelación, ‘evangelio’ (que actualmente traducimos por "buena noticia"), era a la sazón un término extraño. Pertenecía, de hecho, a un mundo dominado por guerras y batallas. Un "evangelio" era un mensaje de victoria que, enviado desde el campo de batalla, anunciaba al bando ganador el comienzo de una nueva era. Salta a la vista que el mensaje de Jesús fue entendido como algo auténticamente nuevo. Y así sigue siendo entendido en nuestros días, siempre y cuando ‘hagamos las preguntas pertinentes’ y, como decía Jesús, tengamos la "pobreza de espíritu" (Mt 5,3), esto es, no seamos altaneros ni petulantes ni estemos pagados de nosotros mismos. Las personas con tales características  son en gran medida incorregibles.
Todos necesitamos de por vida lo que Jesús llamó el "espíritu de principiante" propio de un niño lleno de curiosidad. Este espíritu, que algunos llaman "inmediatez permanentemente renovada", es el mejor camino para adquirir sabiduría espiritual, como trataremos de evidenciar a lo largo de esta obra. Si solo nos preocupamos por el estatus espiritual de nuestro grupo o por las primas de nuestra privada "seguridad social", los evangelios no nos parecerán nuevos ni buenos, ni siquiera nos resultarán atractivos. Seguiremos viviendo con nuestros habituales automatismos, aun después de leerlos. Serán "religión" conforme a las expectativas que de esta hemos llegado a tener en nuestra concreta cultura, pero no un verdadero "asombro" que todo lo reorganiza.

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