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Mientras las personas no hayan vivido
algún grado de experiencia religiosa interior, es absurdo pedirles que sigan
los ideales éticos de Jesús. Es más, no podrán entenderlos. A lo sumo, no
serían más que una fuente de aún mayor ansiedad. El ser humano sencillamente no
está capacitado para cumplir la ley, sobre todo en lo relativo a cuestiones
como el perdón de los enemigos, la no violencia, el uso humilde del poder, etc..,
salvo en y a través de la unión con Dios. Pero Pablo llega a idéntica
conclusión desde el lado contrario: "¡Dales la ley hasta que se sientan
profundamente frustrados!".
En vez de tratar de resolver esa frustración
y ayudar a las personas a avanzar hacia la unión con Dios, lo que hemos hecho,
por regla general, ha sido trivializar la ley y fragmentarla en pequeños
preceptos que podíamos obedecer por fuerza de voluntad, determinación y una
cierta clase de razonabilidad, tratando todavía de encontrar la salvación a
través de la ley. (Dos tercios de las confesiones que escuché hace poco
cumpliendo mis ocasionales tareas parroquiales tenían que ver con "faltar
a misa los domingos". Solo dos penitentes demostraron una significativa
conciencia de Dios. La mayoría de las confesiones fueron meras listas de las
ropas que se llevan a la tintorería por miedo a la suciedad).
La moral, que al principio parece ser la
meta y la prueba del nueve de toda religión, con el tiempo deviene meramente el
campo de juego, el teatro donde se manifiesta el ritmo más profundo, la danza
del amor. Las cuestiones morales, que son luchas necesarias con el bien y el
mal, son también luchas necesarias con la libertad y los condicionamientos. Son
luchas entre el yo y el "no yo", entre el yo aparente y el yo
verdadero. Estos son los huesos que nos sirven para afilar los dientes
espirituales. Los conflictos a través de los cuales encontramos la forma del
alma. Los campos de la muerte en lo que nos entregamos al cirujano.
El más insignificante de los
acontecimientos puede enseñárnoslo todo, siempre y cuando nos percatemos de “quién” está llevándolo a cabo en
nosotros, a través de nosotros y para nosotros. Pero que no quepa duda: esa es
la meta global. Nosotros queremos la ley en aras del orden, la obediencia y la
"pureza moral"; Dios y Pablo la quieren con el fin de encauzarnos
hacia la realización de la unión divina, para hacer que la persona honesta
tropiece (cf. Rom 7,7-13: ¡eso es realmente lo que dice!) y hacerle "caer
en las manos del Dios vivo" (Hb 10,31). Desde el punto de vista jurídico,
la ley es un fin en sí, absolutamente bueno y necesario para el orden social.
“Sin
embargo, desde el punto de vista espiritual, la ley es un medio, en modo alguno
un fin. Esto debe quedar claro, aunque sinceramente me pregunto si es posible
lograrlo mientras la espiritualidad se identifique exclusivamente con una
institución o con la pertenencia a un grupo determinado”.
Por favor, considera lo anterior en su justa medida, no como un ataque a toda
institución, sino más bien como una cuestión del énfasis.
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