miércoles, 6 de junio de 2018

67.- EL CUADRILÁTERO


67.- 
Mientras las personas no hayan vivido algún grado de experiencia religiosa interior, es absurdo pedirles que sigan los ideales éticos de Jesús. Es más, no podrán entenderlos. A lo sumo, no serían más que una fuente de aún mayor ansiedad. El ser humano sencillamente no está capacitado para cumplir la ley, sobre todo en lo relativo a cuestiones como el perdón de los enemigos, la no violencia, el uso humilde del poder, etc.., salvo en y a través de la unión con Dios. Pero Pablo llega a idéntica conclusión desde el lado contrario: "¡Dales la ley hasta que se sientan profundamente frustrados!".
En vez de tratar de resolver esa frustración y ayudar a las personas a avanzar hacia la unión con Dios, lo que hemos hecho, por regla general, ha sido trivializar la ley y fragmentarla en pequeños preceptos que podíamos obedecer por fuerza de voluntad, determinación y una cierta clase de razonabilidad, tratando todavía de encontrar la salvación a través de la ley. (Dos tercios de las confesiones que escuché hace poco cumpliendo mis ocasionales tareas parroquiales tenían que ver con "faltar a misa los domingos". Solo dos penitentes demostraron una significativa conciencia de Dios. La mayoría de las confesiones fueron meras listas de las ropas que se llevan a la tintorería por miedo a la suciedad).
La moral, que al principio parece ser la meta y la prueba del nueve de toda religión, con el tiempo deviene meramente el campo de juego, el teatro donde se manifiesta el ritmo más profundo, la danza del amor. Las cuestiones morales, que son luchas necesarias con el bien y el mal, son también luchas necesarias con la libertad y los condicionamientos. Son luchas entre el yo y el "no yo", entre el yo aparente y el yo verdadero. Estos son los huesos que nos sirven para afilar los dientes espirituales. Los conflictos a través de los cuales encontramos la forma del alma. Los campos de la muerte en lo que nos entregamos al cirujano.
El más insignificante de los acontecimientos puede enseñárnoslo todo, siempre y cuando nos percatemos de “quién” está llevándolo a cabo en nosotros, a través de nosotros y para nosotros. Pero que no quepa duda: esa es la meta global. Nosotros queremos la ley en aras del orden, la obediencia y la "pureza moral"; Dios y Pablo la quieren con el fin de encauzarnos hacia la realización de la unión divina, para hacer que la persona honesta tropiece (cf. Rom 7,7-13: ¡eso es realmente lo que dice!) y hacerle "caer en las manos del Dios vivo" (Hb 10,31). Desde el punto de vista jurídico, la ley es un fin en sí, absolutamente bueno y necesario para el orden social.
“Sin embargo, desde el punto de vista espiritual, la ley es un medio, en modo alguno un fin. Esto debe quedar claro, aunque sinceramente me pregunto si es posible lograrlo mientras la espiritualidad se identifique exclusivamente con una institución o con la pertenencia a un grupo determinado”. Por favor, considera lo anterior en su justa medida, no como un ataque a toda institución, sino más bien como una cuestión del énfasis.

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