jueves, 7 de junio de 2018

32.- ACERTAR EN EL QUIÉN


32.- 
Las personas alienadas dejan de confiar en que la realidad es buena, en que también nosotros somos buenos y formamos parte de ella. Los ojos de Adán y Eva se abrieron (Gn 3,7) a un escindido universo de desconfianza y duda: de unos seres humanos respecto de otros, e incluso duda de Dios.
La perfecta metáfora para este nuevo universo escindido, para esta intensa conciencia de nosotros mismos como seres separados y aislados, es que "descubrieron que estaban desnudos" (Gn 3,7). Hoy seguramente lo llamaríamos "vergüenza primaria". Todo ser humano parece tenerla en alguna forma: esa profunda sensación de ser inepto e inseguro, de ser juzgado, de estar al margen.
Esa parece ser la condición humana, si bien toma mil disfraces. Crea el anhelo de recuperar la comunión con Dios. Sin embargo, Adán y Eva "entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron" (Gn 3,7).
En realidad, no existe medicamento alguno contra esta vergüenza existencial, salvo Alguien que posiblemente conoce todo de mí y me ama de todos modos, salvo Uno que me conoce en mi desnudez y me ama a pesar de ello, o quizá incluso “a causa de” ello, como creía Teresa de Lisieux. Eso es lo que queremos decir cuando afirmamos que solo Dios puede "salvarnos". Es Dios quien le dice a Adán (y a Eva), disipando su duda: "¿Y quién te ha dicho que estás desnudo?" (Gn 3,11). Dios alimenta también una duda, pero en la dirección contraria y en beneficio de Adán y Eva.
Cuando el Otro Importante dice que eres bueno, no cabe duda de que eres bueno. Eso es lo que significa, desde un punto de vista psicológico, ser liberado y amado por Dios. Si lo dice cualquier otro, siempre lo dudarás, aunque momentáneamente te haga sentir bien y sea el "abrebotellas" que necesitas.

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