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Las personas alienadas dejan de confiar en
que la realidad es buena, en que también nosotros somos buenos y formamos parte
de ella. Los ojos de Adán y Eva se abrieron (Gn 3,7) a un escindido universo de
desconfianza y duda: de unos seres humanos respecto de otros, e incluso duda de
Dios.
La perfecta metáfora para este nuevo
universo escindido, para esta intensa conciencia de nosotros mismos como seres
separados y aislados, es que "descubrieron que estaban desnudos" (Gn
3,7). Hoy seguramente lo llamaríamos "vergüenza primaria". Todo ser
humano parece tenerla en alguna forma: esa profunda sensación de ser inepto e
inseguro, de ser juzgado, de estar al margen.
Esa parece ser la condición humana, si
bien toma mil disfraces. Crea el anhelo de recuperar la comunión con Dios. Sin
embargo, Adán y Eva "entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron"
(Gn 3,7).
En realidad, no existe medicamento alguno
contra esta vergüenza existencial, salvo Alguien que posiblemente conoce todo
de mí y me ama de todos modos, salvo Uno que me conoce en mi desnudez y me ama
a pesar de ello, o quizá incluso “a causa
de” ello, como creía Teresa de Lisieux. Eso es lo que queremos decir cuando
afirmamos que solo Dios puede "salvarnos". Es Dios quien le dice a
Adán (y a Eva), disipando su duda: "¿Y quién te ha dicho que estás
desnudo?" (Gn 3,11). Dios alimenta también una duda, pero en la dirección
contraria y en beneficio de Adán y Eva.
Cuando el Otro Importante dice que eres
bueno, no cabe duda de que eres bueno. Eso es lo que significa, desde un punto
de vista psicológico, ser liberado y amado por Dios. Si lo dice cualquier otro,
siempre lo dudarás, aunque momentáneamente te haga sentir bien y sea el
"abrebotellas" que necesitas.
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