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Elección
El resto de la Biblia tiene que ver en
gran medida con el desarrollo de personajes y la transformación de personas.
Suele comenzar por una experiencia de elección. Parece que uno no puede ponerse
en marcha, a menos que sepa de algún modo que es especial y está empoderado.
Luego, el personaje se desarrollará, sin duda.
Piensa en los numerosos, numerosísimos
relatos sobre elección de personas por parte de Dios. Ahí está Moisés, Abrahán
y Sara; también David, Jeremías, Gedeón, Samuel, Jonás e Isaías. Está Israel
mismo. Mucho más tarde aparecen Pedro y Pablo y, muy especialmente, María. Dios
anda siempre eligiendo a personas. Si dejamos las primeras impresiones a un
lado, no las elige ante todo para desempeñar un papel o una tarea, aunque así
pueda parecerlo. En realidad, Dios las elige para ser él mismo en este mundo.
Dios necesita imágenes. Necesita personas
a las que pueda utilizar como instrumentos. Para empezar, sin embargo, los
instrumentos tienen que saber que no están solos, que no les toca ocuparse
únicamente de lo suyo, sino, más bien, de lo de Dios. Así, después de la frase
inicial estándar: "No tengas miedo", la frase final es casi sin falta
alguna variación de: "Siempre estaré contigo" (véase por ejemplo,
Moisés en Ex 3,11).
Ser elegido no significa que Dios prefiera
a unos más que a otros, ni que unos sean mejores que otros. De hecho, por regla
general, se trata de personas bastante imperfectas o al menos corrientes; así
que salta a la vista que el poder que manifiestan no les pertenece. En palabras
de Pablo, "de este modo se cumple lo escrito: quien se gloría que se gloríe
en el Señor" (1Cor 1,31).
No se trata de que Dios anteponga a
algunos o que los elegidos sean más idóneos que el resto. ¡La elección divina tiene como fin comunicar la elección a todos los
demás! Esa es la paradoja, y a menudo la gente necesita un tiempo
prolongado para asimilarla (lee el relato de Jonás). Uno conduce a otro a las
profundidades a las que él mismo ha sido conducido.
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