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Pero como no nos hemos tomado en serio las
enseñanzas de Jesús y de Pablo, a menudo hemos creado una religión petulante,
en la que las personas, aunque parezca mentira, piensan que no son pecadoras y
que han obedecido y obedecen la ley. Se han "salvado" a sí mismas, por
así decir, y no tienen necesidad de misericordia ni de compasión, tampoco de la
generosidad de Dios. Para ellas, Dios es un eficaz ‘Conminador’ (amenazar,
apremiar, requerir: Amenazar a una persona con una pena o
castigo si no obedece una orden o mandato), pero no el Amor Salvador revelado a
Israel. Esta gente ha alcanzado un cierto nivel de buena educación y de
autocontrol, pero sin necesidad real de unión con Dios ni de entrega a -o
confianza en- un Otro Cualquiera.
A Dios se le puede ofrecer mucho más que
la obediencia. No tengo nada en contra de la obediencia, pero se trata
básicamente de la relación que existe entre padres e hijos. Es lo que hay que
garantizar si uno quiere imponer cierto orden en la casa con tres niños que no
paran de gritar. Dios no creó el mundo o la Iglesia en aras del orden y el
control social. Los clérigos no somos policías, y nuestro trabajo no consiste
en hacer cumplir la ley, aunque muchos se ven a sí mismos de ese modo y otros
muchos querrían que nos dedicásemos a ello.
Siempre me entristece escuchar que,
después de los católico-romanos, el segundo mayor grupo religioso de Estados
Unidos son los antiguos católico-romanos. Solo entonces puedo estimar la
exageración de Pablo, en apariencia gratuita. "Por medio de la ley he
muerto a la ley, de modo que finalmente puedo vivir para Dios" (Ga
2,19). Cuando hacemos de la ley rígida y dicotómica nuestra meta y propósito,
luego regresa para perseguirnos, porque “la
genta abandona la Iglesia y nos critica con la misma lógica rígida y dicotómica
en la que la hemos formado”. A la larga siempre sale mal, como estamos
viendo en aquellos países católicos en los que antaño disfrutábamos de total
hegemonía, como Irlanda y Polonia y, hace ya mucho tiempo, Italia, España y
Francia.
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