miércoles, 6 de junio de 2018

52.- PERSONAS CON UN ROSTRO



52.- 
Presencia
Vamos a describir el efecto de la presencia de la siguiente manera. El misterio de la presencia “es ese encuentro en el cual la autorrevelación de uno de los participantes suscita una vida más profunda en el otro”. Para estar presente, no necesitas "pensar" ni comprender nada; tiene que ver por entero con dar y recibir justo ahora, y es algo que no se hace con la mente. Se trata, de hecho, de “una transferencia y un compartir de ser” y será experimentada como gracia, como gratuidad y como estar fundado interiormente.
Así, siempre hay un gran salto de autenticidad interior asociado con la verdadera presencia mutua, porque, al ser percibidos sin necesidad de ningún mérito por nuestra parte, devenimos capaces de recibirnos a nosotros mismos en un nivel aún más profundo, reconociendo al mismo tiempo que somos parte de algo mayor: el ser mismo. Eso confiere la persona gran felicidad y profundo gozo.
Somos en realidad seres humanos socialmente contagiosos, pero nos contentamos con desarrollar "actividades humanas". La vida es transferida con la mayor vitalidad en el plano del “ser”. No tienen nada de sorprendente que los católicos hablemos de la eucaristía como "presencia real". Es en este nivel en el que se transfieren la vida y la energía.
Eso es lo que te ocurrió la primera vez que te enamoraste, y por eso enamorarse es tan emocionante. De repente, los ojos del otro recibiéndome, deleitándose en mí, disfrutando de mí y mirándome me hicieron sentir “yo mismo”, mi mejor yo. Para los creyentes, eso es también lo que acontece cuando perciben la "presencia real" en la eucaristía. Accedemos a un nivel más profundo de ser nosotros mismos cuando genuinamente recibimos el ser y la mirada de Jesús que se entrega a sí mismo. Esto me recuerda algo que me contaron en algunos templos hindúes en la India: "Aquí no vienes a mirar a Dios, sino a dejar que Dios te mire".
El amante puede decirle al amado: "Es como si nunca me hubiera conocido a mí mismo hasta que tú me conociste, como si nunca hubiera podido aceptarme a mí mismo hasta que tú me aceptaste". Así de frágiles somos, así de necesitados estamos del amor y la afirmación de otra persona. De ahí que Jesús nos asegure: "A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos" (Jn 20,22-23).

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