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La principal ilusión vana que todos
debemos dejar atrás es la ilusión de una existencia separada. Esta es casi la
única tarea de la religión: “comunicar” no idoneidad, sino “unión”,
reconectar a la gente con su originaria identidad "escondida con Cristo en
Dios" (Col 3,3). A este estado de separación la Biblia lo llama
"pecado", y su total superación es presentada con frecuencia como
tarea propia de Dios: "Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no
se ha manifestado lo que seremos. Todo lo que sabemos es que seremos semejantes
a Él" (1Jn 3,2).
El término "pecado" tiene tantas
connotaciones negativas en la mente del común de las gentes que hoy resulta
harto problemático. Para la mayoría de nosotros no designa un estado de
alienación o separación. Más bien denota insignificantes travesuras y falta de
idoneidad moral de la persona.
¡Pero esto no son más que síntomas, no el
estado mismo! La persona desconectada “hace”
cosas estúpidas. Mas lo que tiene que ser abordado es el estado de autonomía
creída o elegida; el núcleo y el sentido fundamental del pecado es la vida
vivida fuera del "jardín". Nunca podemos hacernos idóneos a nosotros
mismos, pero sí estamos capacitados para reconectarnos con nuestra fuente
(Verdadero y Falso Yo).
"Pecado" describe principalmente
un estado de vida en el que no o existe unión con Dios y la parte pretende ser
el todo. Es la pérdida de toda experiencia interior de quién es uno en Dios.
Ese "quién" no es algo que pueda ser ganado u obtenido. Ni algo que
pueda lograrse con esfuerzo o planeado. ¿Por qué? “Porque ya lo posees”.
La revelación bíblica guarda relación con
despertar, no con lograr. Tiene que ver con principios de toma de conciencia,
no de actuación o rendimiento. “Uno no
puede llegar allí, solo puede estar allí”; pero ese fundamental ser en Dios
resulta, por alguna razón, demasiado difícil de creer, demasiado bueno para ser
verdad. Solo los humildes pueden acogerlo, porque dice más sobre Dios que sobre
nosotros mismos. (De ello hablaremos más extensamente en el capítulo 8.)
El ego, sin embargo, convierte todo en
ello en logro y conquista; y a partir de ese punto, la religión deviene un
concurso de méritos e idoneidades en el que todos salimos perdiendo, algo que
no pasa desapercibido a quien es honesto. Muchos abandonan por completo el
itinerario espiritual cuando se percatan de que no son capaces de estar a la
altura del principio de rendimiento. No quieren ser hipócritas. Esto lo observamos
sobre todo en varones.
Sin embargo, la unión con Dios tiene que
ver con la toma de conciencia y la reorientación; es una revolución copernicana
de la mente y el corazón que a veces se denomina "conversión".
("Copérnico fue, por supuesto, el primero que en el siglo XVI sostuvo que la
Tierra orbitaba alrededor del Sol, no al revés: ¡una revelación en verdad
convulsionante!). A la conversión, a esa maravillosa y profunda iluminación
interior, le seguirá seguramente todo un conjunto de nuevas conductas y estilos
de vida. No se trata de que, “si” me
comporto de forma moral, entonces soy amado por Dios; más bien, primero debo
experimentar el amor de Dios y luego, casi con naturalidad, actuaré moralmente.
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