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Adán y Eva, los seres humanos
arquetípicos, actúan condicionados por ese amasijo de contradicciones que somos
todos nosotros. Que pueden ser entendidos como personalidades corporativas que
representan el todo resulta evidente a partir de pasajes como el siguiente:
"Si el alma necesita su propio cuerpo, otro tanto le ocurre al Espíritu: el
primer Adán se convirtió en un ser vivo, pero el último Adán (Cristo) ha
devenido un Espíritu dador de vida" (1 Cor 15,45).
Salta a la vista que Pablo concibe a Adán
y a Cristo como epítomes representantes de toda la humanidad. Lo que acontece
en ellos debe acontecer y acontecerá también al alma. No ocurrió solo entonces,
sino que siempre ocurre “ahora”.
La doctrina del pecado original
representa, en realidad, un consuelo; porque cuando uno sabe que es una
bendición ambivalente, que está lleno de contradicciones, que es un misterio
para sí mismo, no pretende ser capaz de eliminar todo lo que considera indigno
de él. Como dice Jesús en la parábola del trigo y la cizaña: "Dejad que
crezcan juntos hasta la siega" (Mt 13,30).
En la historia reciente, tal innecesaria
"limpieza" fue el orgullo desmedido y la vana ilusión del nazismo en
la derecha, del comunismo en la izquierda y de los creyentes puritanos en casi
todas las religiones. Cuando carecen de la humildad que fomenta la doctrina del
pecado original, los cristianos, más que creyentes en la encarnación de Dios,
se convierten en zelotes e ideólogos. No están suficientemente abiertos al
misterio, la compasión y la paciencia. En la misma parábola, Jesús aconseja
algo que ojalá alguien me hubiera dicho en mi juventud: "No arranquéis la
cizaña, no sea que con ella saquéis
también el trigo" (Mt 13,29). ¡Aquí no solo late una espiritualidad
genial, sino también una psicología genial!
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