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A
mi juicio, la distinción entre poder bueno y poder malo, entre autoridad buena y
autoridad mala, tiene gran importancia. Por fortuna ambos son revelados y
juzgados en el texto bíblico, si bien hay muchos casos de poder malo. Ejemplos
de autoridad buena son José, Moisés y Jesús; ¡casi todo lo demás son ejemplos
de autoridad mala!
Estas clarificaciones son bastante
importantes, porque en la actualidad en muchos círculos liberales se rechaza
-ya consciente, ya inconscientemente- la propia noción de jerarquía, mientras
que en muchos círculos conservadores se considera a menudo que las jerarquías
de dominación son la voz misma de Dios. No es de extrañar que, tratándose de
dos posiciones tan inestables, los unos reaccionen de forma exagerada ante los
otros.
El desarrollo de la conciencia que se
refleja en el texto bíblico lleva lentamente de la violencia a la no violencia,
del poder imperial al poder relacional, de las jerarquías de dominación a las
jerarquías de crecimiento, del derecho divino de los reyes al liderazgo de
servicio. Sin lugar a dudas, Jesús constituye el más evidente punto de
transición; ello explica seguramente por qué el cristianismo se transformó en
una nueva religión en virtud de su enseñanza y su praxis.
Esta podría ser la más difícil de todas
las batallas que Dios parece librar con la humanidad, aunque para los cristianos
debería haber quedado dirimida ya en el poder compartido de la propia Trinidad.
He ahí el dilema que el texto crea y en realidad no resuelve: ¿es un pueblo
violento el que quiere, crea y necesita un Dios violento o ha sido la
presentación textual de un Dios en ocasiones violento la que ha legitimado e
incluso bendecido nuestra propia historia de violencia? ¿Qué viene primero?
Ambas posibilidades parecen ser ciertas y
han hecho muy difícil que lo positivo brote de las narraciones bíblicas por sí
solas. En otras palabras, la no violencia ha tardado bastante tiempo en
aparecer, al igual que ha ocurrido con el pensamiento no dualista. Las
jerarquías de dominación necesitan tanto la violencia como los esquemas
binarios de pensamiento para sobrevivir.
Dos mil años después de la revelación de
Jesús, aún parece que muchas personas prefieren un Dios violento, amenazador y
punitivo, que entonces produce un pueblo y una historia con idénticas
características. ¡Si Dios lo hace, también nosotros podemos -y deberíamos- hacerlo!
Encuestas realizadas después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos
en 2004 pusieron de manifiesto que las personas que habían experimentado una
educación parental o un Dios de tipo autoritario eran partidarios de una
política exterior militarista firme. En cambio, los votantes que habían
experimentado (o asimilado) una educación parental o una religión de carácter
más dialogante se decantaban por una política exterior no militarista. Nuestros
progenitores se convierten a menudo, para bien o para mal, en la imagen de Dios
o de gobierno que nos resulta aceptable.
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