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Como Eckhart Tolle señala en su libro “El poder del ahora”, para experimentar
la plenitud divina no hay que estar en un lugar concreto ni ser una persona
perfecta. Dios siempre está dado, se encarna a cada instante, se hace presente
a quienes saben estar ellos mismos presentes. Curiosamente, con frecuencia son
personas imperfectas en entornos bastante seculares quienes se encuentran con
"la Presencia" (“parousía”,
"plenitud"). Este patrón está bastante claro en toda la Biblia.
Digámoslo sin ambages: una de las grandes
ideas de la revelación bíblica es que Dios se manifiesta en lo común, en o
real, en lo cotidiano, en el ahora, en las concretas encarnaciones de la vida.
Ello contradice la imagen de un Dios que insiste en lo puro, en lo espiritual,
en la idea correcta o cualquier otra cosa considerada ideal. ¡Esta es la razón
por la que Jesús puso la religión del revés! Los católicos solíamos hablar de
"gracia actual" en este sentido. Por eso afirmo que son nuestras experiencias
las que nos transforman, siempre y cuando estemos dispuestos a vivirlas hasta
el final.
Pero a ello se debe asimismo que tengamos
que soportar esos libros aparentemente tan farragosos y aburridos que son 1 y 2
Reyes, 1 y 2 Crónicas, Levítico, Números, Apocalipsis. En ellos leemos sobre
pecados, guerras, adulterios, líos amorosos, reyes, asesinatos, intrigas y
traiciones: los acontecimientos comunes de la vida humana, unos maravillosos,
otros tristes. Esos libros, al documentar la vida de comunidades reales, de
personas corrientes, nos enseñan que "Dios viene a nosotros disfrazado de
nuestra propia vida". ¡Pero, para la mayoría de las personas
"religiosas", esto supone, de hecho, una decepción! De ahí que, al
parecer, prefieren los actos de culto.
Las revelaciones de Dios son siempre
concretas y específicas. No son un mundo platónico de ideas y teorías sobre las
cuales uno puede estar en lo cierto o equivocarse. ¡La revelación no es algo
que uno pueda medir, sino algo o Alguien con quien uno se encuentra! Todo esto
se llama el "misterio de la encarnación", que alcanza su plenitud en
la encarnación de Dios en un hombre de aspecto corriente llamado Jesús. El
exégeta Walter Brueggemann se refiere a este misterio como "el escándalo
de lo particular".
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