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La grandeza de Jesús consiste en que no
pierde tiempo reprimiendo o negando la sombra. En este sentido, se trata de un
profeta clásico, de uno de los profetas que no se limita a exponer la sombra
negada de Israel, sino que aborda el verdadero problema, que no es sino el ego
y la arrogancia de Israel y de las personas que abusan del poder. Una vez que
la sombra queda patente como lo que es, el juego se termina. La efectividad de
la sombra depende enteramente del disimulo y de no "ver la viga en el
propio ojo" (cf. 2Cor 11,14). Cuando uno se percata de su viga, la
"mota" en el ojo del prójimo deviene intrascendente.
El poder, las ventajas adicionales, los
símbolos de prestigio y las posesiones materiales son la armadura del actor.
Estas son, a todas luces, las preocupaciones morales de Jesús. Toda
preocupación excesiva por las normas sexuales o los códigos de pureza es casi
siempre represión o castigo de cuestiones relacionadas con la propia sombra, o
bien represión o castigo de otras personas, y Jesús muestra poco interés al
respecto.
Jesús no concede demasiada importancia a
la pureza moral, porque sabe que toda preocupación por reprimir la sombra no
nos conduce a la transformación personal ni a la empatía, la compasión o la
paciencia, sino invariablemente a uno u otro de estos dos caminos: negación o
disimulo, represión o hipocresía. ¿No resulta esto bastante evidente? La
religión inmadura crea un elevado porcentaje de personas "cognitivamente
rígidas" o de personas cargadas de odio e incluso agresivas, y a menudo de
unas y otras. Esa es en gran medida la imagen que hoy proyectamos públicamente,
justo lo contrario de lo que Dios desea.
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