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Míralo de esta manera: “¡la principal preocupación de Dios es cómo
darse a sí mismo!” Pero Dios encuentra grandes dificultades para llevar
esto a cabo. Se podría pensar que todos desean recibir a Dios. Pero la
respuesta habitual es más o menos la siguiente: "Señor, no soy digno.
Preferiría arreglármelas con la religión y la moral, que me permiten albergar
la impresión de que soy capaz de ganar por mi propio esfuerzo un grandioso
concurso".
El relato de la Anunciación (Lc 1,26-38)
es probablemente el punto álgido del tema de la gracia y el don total. ¿Te has
dado cuenta alguna vez de que María no alega ser "indigna"? Se limita
a solicitar una explicación.
Tan solo pregunta por el cómo, porque eso
podría exigir algo más de ella. “¡Nunca
pregunta si se hará o no, ni tampoco por el por qué!”.
Esto es bastante extraordinario y pone de
manifiesto su falta de ego. María se convierte en el arquetipo de la perfecta
receptividad. Es necesaria toda la Biblia para preparar el recipiente perfecto
capaz de pronunciar un sí incondicional a un don totalmente libre. Cualquier
otra escena de "elección" resulta frustrada por la estilizada frase:
"Señor, no soy digno", que suena tan correcta. "¡Claro que no lo
eres -parece decir el Evangelio-, pero esa, de todos modos, no ha sido nunca la
cuestión!".
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