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Pero
esta austeridad no era un programa para toda la vida, sino más bien un “rito
de iniciación”, un curso de entrenamiento en vulnerabilidad y
comunidad. Jesús viene a decirles a los apóstoles: "Tenéis que pasar por
esto o nunca seréis capaces de sentir empatía e identificaros con el dolor del
mundo al que habéis sido llamados a servir, de compadeceros de él. Utilizaréis
el ministerio como plataforma para hacer carrera en vez de como posición para
servir". Algún rito de paso de este estilo parece necesario para quebrar
nuestro fundamental narcisismo. [Esto mismo afirma Pablo; y por lo que yo sé,
es el único lugar de las Escrituras donde se utiliza el término
"iniciación" (cf. Flp 4,11-13 ¿?).]
Históricamente, las mujeres han disfrutado
de una ventaja espiritual y no han necesitado iniciación alguna, porque en casi
todas las culturas patriarcales han ocupado de por sí una posición de
inferioridad. No estoy diciendo que esto sea justo ni que refleje la voluntad
divina, porque sencillamente no es el caso. Pero, desde el punto de vista
espiritual, representa de hecho una clara ventaja. Es una "ventaja epistemológica",
por usar un término filosófico, una ventaja en el modo de conocimiento.
Es un gran salto adelante de cara a saber
lo que hay que saber: estar abajo en vez de arriba. ¿Qué otra cosa puede decir
Jesús si no con la más frecuente de sus sentencias: "Los últimos serán los
primeros, y los primeros serán los últimos"?
Los primeros años después de mudarme a
Nuevo México en 1986 viví en el centro de Albuquerque, a una manzana de un
albergue de gente sin techo. Una mañana me levanté temprano para ir a comprar
el periódico a un quiosco de prensa que estaba en la misma calle y junto al que
solían sentarse usuarios del albergue. Alguien había escrito con tiza en la
acera unas impactantes palabras y, puesto que era temprano, aún estaban allí: "Observo
cuán neciamente vigila el ser humano su nada, manteniéndome a mí alejado. En
verdad, aquí Dios es odiado".
Sospecho que esta frase la escribió una
persona amargada, pero quizá me equivoque; tal lo hiciera algún profeta
moderno. Sentí que no podía dejar de leer aquella frase. Sabía que había algo
de verdad en lo que había escrito su anónimo autor, en especial en un país en
el que la mayoría de los ciudadanos somos cristianos practicantes que vivimos
de forma bastante acomodada y, de hecho, "vigilamos nuestra nada".
Es probable que san Francisco hubiera
dicho lo mismo. Esto es algo de lo que quienes estamos dentro del sistema no
tenemos conocimiento; en cambio, los empobrecidos por el sistema lo ven con
toda claridad. Ahora entiendo por qué Francisco quería que fuésemos siempre
mendicantes, o sea, mendigos y nos mantuviéramos estructuralmente fuera del
sistema.
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