23.-
¿Por qué empezamos siempre la casa por el
tejado? Dios es la casa, y nosotros siempre el tejado; pero recuerda que el ego
(léase "falso yo" o "yo menor") quiere inevitablemente
llevar las riendas.
Para que te des cuenta de esto, quiero
invitarte a entender las Escrituras hebreas y las Escrituras cristianas como un
único y completo libro, una antología de relatos inspirados, con un comienzo,
una parte central y un final. Léelo como un texto guiado.
Léelo como una inspiración cuyo
significado primordial es que Dios propicia que poco a poco se desarrolle la
conciencia del lector, de suerte que ésta pueda alcanzar una comprensión cada
vez más clara de sí misma como amada de Dios. Los textos bíblicos, cuando se
leen con "pobreza de espíritu" (Mt 5,3), nos aclaran quiénes somos y
nos explican la historia. En cambio, cuando se leen desde el convencimiento de
estar haciendo valer un derecho, como si nosotros poseyéramos algo, nos
confieren por desgracia una ilusoria capacidad de explicar a los demás quién y
cómo es Dios.
Dios no cambia en el texto, nosotros sí. ¡Las
palabras escritas están inspiradas en tanto en cuanto nos inspiran y nos
cambian “a nosotros”! Y aquí
empleamos el sentido literal del verbo "inspirar": "infunden en
nosotros" una vida más amplia. Si no logran eso, las palabras escritas no
están en absoluto "inspiradas", al menos no para nosotros.
He conocido muchas personas que creen en
toda clase de textos inspirados, pero carecen de vida y del "aliento"
que fue soplado en la nariz de Adán. "Se me acercan, pero sólo en sus
palabras": esto es lo que tanto Isaías como Jesús denominaron "honrar
con los labios" (Is 29,13; Mt 15,8).
La "invasión" del alma por Dios
nos hace cada vez más conscientes, nos capacita para un amor cada vez más y más
profundo. La Biblia posibilita una enorme liberación, una libertad casi
excesiva para nosotros. Nótese la amedrentadora oferta del comienzo mismo: «Puedes
comer de “todos” los árboles del
jardín» (Gn 2,16), salvo de uno. Esa libertad es mayor de lo que tú o yo jamás
nos arriesgaríamos a asumir.
A lo que parece, Dios no tiene miedo de
cometer errores. Se sabe capaz de dar la vuelta a cualquier situación... para
bien. En la economía de la gracia que creará el texto recién citado no existen
callejones sin salida. Así, Dios nos permite tantear el terreno y comer de casi
todos los árboles del jardín. Lo cual infunde miedo, pero Pablo, como es
habitual, nos brinda la afirmación cimera de este hecho: "Para ser libres
Cristo nos ha liberado" (Ga 5,1). Jesús lo vive en su culminante aliento
perdonador (Jn 20,22), en el cual libera eternamente a la humanidad de toda
vergüenza y culpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario