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¡La realidad, en cambio, es que nos ha
sido dado un Dios que no solo nos permite cometer errores, sino que incluso
utiliza esos errores en beneficio nuestro! Esa es la economía evangélica de la
gracia, lo único digno de ser llamado "una buena noticia, una alegría para
todo el pueblo" (Lc 2,10). Si hubiera sido posible llegar a Dios por medio
de la obediencia a las leyes, no habría sido necesaria la revelación del amor
de Dios en Jesús. Las técnicas para propiciar el orden y la obediencia ya eran
conocidas.
Si logramos superar esas piedras de
tropiezo, alcanzaremos la tercera sección de las Escrituras hebreas, el nivel
sapiencial de conciencia. La mente que trabaja con el principio de retribución,
el pensamiento dualista, se ha venido abajo en presencia de la gracia y el fracaso,
y la misericordia de Dios lleva por fin la voz cantante. Ahora podemos soportar
el misterio y la paradoja porque Dios ha obrado eso mismo en nosotros. De ello
volveremos a hablar en los próximos capítulos.
Un número menor de individuos llega al
estadio de la sabiduría. Es simbolizado de varias maneras: el “minyan” (el quórum judío), los
"diez inocentes" (Gn 18,32), el resto (Is 19,20) y el Cuerpo de
Cristo. Al parecer, esto es más que suficiente para que Dios cree la levadura y
la masa crítica que necesita para descongelar y salvar el mundo. "Si la
primicia está consagrada, también lo está toda la masa", como dice san
Pablo (Rom 11,6). Nos frotamos unos con otros, porque la verdadera
espiritualidad es siempre contagiosa.
Cuando hayas salido del cuadrilátero, de
esa necesaria pero creativa tensión que existe entre la ley y la gracia, sabrás
que has ganado el combate. Pero, irónicamente, ¡lo habrás ganado al perderlo!
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