jueves, 7 de junio de 2018

12.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


12.- 
No se trata tanto de devenir seres espirituales cuanto de llegar a ser humanos. La revelación bíblica afirma que ya somos seres espirituales, solo que aún o lo sabemos. La Biblia intenta hacernos partícipes del secreto revelándonos a Dios en lo cotidiano. ¡De ahí que gran parte del texto aparezca tan mundano, pragmático, específico y, francamente, tan poco espiritual! La mayoría preferiríamos leer la inspiradora biografía de un devoto santo.
Hemos creado un terrible “dualismo” entre lo “espiritual” y lo que denominamos “no espiritual”. Jesús vino a revelarnos que justamente ese dualismo es una mentira. “El principio de la encarnación proclama que materia y espíritu nunca han estado separados”. Jesús vino a enseñarnos que estos dos mundos en apariencia diferentes son y han sido siempre uno y lo mismo. Sólo que no fuimos capaces de percatarnos de ello hasta que Dios los unió en su cuerpo (Ef 2,11-20).
En la Biblia vemos que Dios se vale de las maltrechas vidas de gente del todo normal que nunca habría superado los escrutinios de los posteriores procesos romanos de canonización. Moisés, Débora, Elías, Pablo y Ester fueron al menos cómplices de asesinato; David, junto con lo anterior, fue un adúltero y un mentiroso; algunos profetas, como Ezequiel, Abdías y Jeremías, eran más bien neuróticos; una historia entera de reyes y guerreros terriblemente malvados: todos ellos son, sin embargo, los sujetos a través de los cuales opera Dios.
El pueblo judío ha estado siempre justo en el infausto centro de la historia, desprovisto de teologías o doctrinas sofisticadas; su única defensa ha sido la fe en que Yahvé está con él y lo guía. Me temo que la verdadera fe bíblica nos hace muy vulnerables a la realidad, porque ahora ya no existe lugar alguno en el que esconderse. ¡No es de extrañar que prefiramos las abstracciones a lo real! Detrás de las abstracciones podemos escondernos, pero la encarnación nos deja por completo a la intemperie y, al mismo tiempo, nos interpela sin cesar.

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