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Los salmos
La mayoría de los salmos (aunque no todos)
manifiesta un nivel de conciencia espiritual bastante elevado y ejemplifican
diversos estadios de fe. Muestran la presencia del poder bueno y poder malo en
las personas y merecen ser las oraciones y los cantos de los creyentes.
A mi juicio, los salmos ilustran la
variedad y amplitud de la experiencia espiritual que san Juan de la Cruz
describe con tanta valentía: "A cada una [= alma] lleva Dios por
diferentes caminos, que apenas se hallará un espíritu que en la mitad del modo
que lleva convenga con el modo del otro". Esta es probablemente la razón
por la que hoy tantas personas buscan directores espirituales, porque el
consejo genérico ofrecido desde el púlpito no es capaz de responder o
interpelar a muchas de nuestras situaciones anímicas, por no decir que a la
mayoría. En cambio, los salmos a menudo sí que lo logran.
Walter Brueggemann, quien probablemente es
mi exegeta favorito, divide los salmos en tres categorías principales: “salmos
de orientación” (que reafirman la tradición), “salmos de desorientación”
(que reconocen proféticamente cosas que no funcionan o no son verdaderas) y “salmos
de reorientación” (el nivel sapiencial de una nueva síntesis de fe).
Semejante división me parece muy provechosa. A lo largo de nuestra vida
necesitamos las tres orientaciones, cada una en momentos diferentes, hasta que
terminan operando como una sola en la persona espiritualmente madura.
Esta clasificación resulta tan útil que
permite apreciar que los tres planos a los que hemos hecho referencia con
anterioridad, a saber, la ley (orientación), los profetas (desorientación) y la
sabiduría (reorientación), son afirmados en los ciento cincuenta salmos.
Además, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, ninguno de los tres es
calificado de herético o impío (si bien las personas atrapadas en el primer
estadio llaman por regla general "pecadores" o "herejes" a
las personas que se encuentran en los otros dos estadios, como veremos que
ocurre en los evangelios).
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