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Si piensa que todo esto es palabrería
subversiva, ello seguramente significa que no has estudiado demasiado a fondo
la segunda parte de las Escrituras hebreas: los profetas o el nacimiento de la
crítica. Sin duda, el canon profético es el que menos influencia tiene en la
teología tanto católica como protestante, y ello se debe en gran medida a que
lo habitual era leer a los profetas sólo en tanto en cuanto nos ofrecían textos
de prueba en relación con la venida del Mesías. Sin embargo, ocupan demasiado
espacio en la Biblia para que eso sea todo lo que dicen. Profetizar la llegada
del Mesías no es ni siquiera la principal preocupación de estos libros, excepto
cuando los leen cristianos necesitados de textos probatorios.
En los libros proféticos vemos el claro
surgimiento de la conciencia crítica y la lucha interior de Israel. Vemos cómo
permiten la formación de un testigo exterior objetivo, lo que equivale a la
sentencia de muerte para el ego individual y colectivo. Los profetas tienen que
dejar atrás su falsa inocencia y su ingenua superioridad y admitir que no
siempre viven lo que dicen que hacen en el plano de la "ley" o en el
marco de la idealizada imagen que tienen de sí mismos.
Casi podríamos calificar a los profetas de
padres y madres de la conciencia, porque uno no alcanza ningún nivel profundo
de conciencia hasta el momento en que pasa al pensamiento reflexivo y
autocrítico. De hecho, permanece en gran medida inconsciente, falsamente
inocente e inadvertido. Así, la mayoría de las personas optan por permanecer en
ese primer estadio de conciencia. La "primer ingenuidad" es muy
segura y consoladora. Es fantástico pensar que uno es el mejor del mundo, el
centro del universo. Ello pasa incluso por santidad, pero bajo ningún concepto
lo es.
Mientras no surja un testigo interior
objetivo que nos devuelve la mirada con radical honestidad, no cabe hablar de
que uno se encuentra despierto o consciente. Eso está en el núcleo de lo que
queremos decir con "despertar". Hasta entonces, la mayoría de las
personas funcionan con automatismos y son incapaces de percatarse de cómo opera
su egocentrismo.
Por desgracia, las personas tienen tanto
miedo a la crítica negativa y sentenciosa que parecen no lograr nunca acceso al
"Testigo Compasivo" que se nos ha prometido en el don del Espíritu
Santo (cf. Jn 14,16ss). ¡Qué maravilloso es que Juan llame al Espíritu Santo “paráklētos” o "abogado
defensor"!
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