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El misterio pascual es una doctrina a la
que los cristianos probablemente asentiríamos en el plano intelectual, pero que
todavía no constituye la piedra angular misma de la filosofía vital de cada uno
de nosotros. Esa es la diferencia entre un sistema de creencias y la fe viva. “Solo pasamos del primero la segunda a
través del encuentro, la entrega, la confianza y una experiencia interior de
presencia y poder”.
La religión sabe que existen muchas cosas
esenciales que uno sólo puede conocer por una senda diferente del conocimiento
cerebral. Los ateos no son conscientes de esto. Las verdades realmente grandes,
como el amor y la libertad interior, no son enteramente conceptuales y no
pueden ser entendidas por la sola razón. No es posible
"demostrárselas" a otros, ni aunque uno sea doctor o tenga cinco
titulaciones en teología. ¡Son conocidas holísticamente, esto es, cuando “todo” tu ser está puesto en ellas (lo
que, por cierto, no es tarea fácil)! Esa es la razón por la que san
Buenaventura, estudioso e intelectual, afirma que un limpiador puede conocer a
Dios mucho mejor que un doctor en teología.
Es fundamental que entendamos que Dios no
depende de nuestro conocimiento en el sentido en el que la mente occidental
entiende el conocimiento. ¿Cómo iba a cometer Dios semejante error, cuando el
noventa y ocho por ciento de las personas que han vivido a lo largo de la
historia no sabían leer ni escribir? El conocimiento bíblico es más afín a la
presencia cara a cara. Es un conocimiento que implica todo el cuerpo, un
conocimiento celular; así el término que se suele utilizar para designar el
"conocimiento" en textos bíblicos fundamentales es, de hecho, una
palabra que significa "conocimiento carnal" o intimidad sexual.
En la tradición bíblica no se percibe ese
programa de "hacer las cosas bien" por el propio esfuerzo y de forma
autónoma que salta a la vista en imágenes posteriores de la santidad cristiana.
¡La idoneidad bíblica es primordialmente la relación idónea! En la Biblia no se
idealiza a ningún personaje prometeico, desafiantemente original. Con la
posible excepción de la madre de Jesús, María, casi todos los demás personajes
bíblicos, tanto en las Escrituras hebreas como en las cristianas, son
presentados como pecadores transformados, como personas que primero hacen mal
las cosas y solo después aciertan en sus acciones. La Biblia desborda de
individuos heridos, imperfectos.
Estos errores los preparan, según parece,
para la reciprocidad, la vulnerabilidad y la honesta relación cara a cara, en
la que uno permite que el otro influya en él. A eso lo llamamos nosotros “presencia” o incluso “fe”. Es menos frecuente de lo que
pensamos.
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