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Parece
que uno no es capaz de reconocer las idolatrías, mentiras o sombras de un
sistema hasta que es excluido de ese sistema. Es el privilegiado "saber
de las víctimas". Ese saber abre el campo de juego facilitando
acceso igualitario a todos, siempre que lo deseen, porque “ya no se trata de un guion de ganadores, que es el que prefiere rodar
el ego, sino de un guion de vida que incluye a los llamados perdedores”.
Diríase que las personas que están
contentas y satisfechas en el interior de algún grupo padecen una suerte de
"ceguera estructural". No se dan cuenta de que en gran parte han
creado para sí mismas un sistema de pertenencia.
“Es
importante caer en la cuenta de que gente personalmente bien intencionada y
sincera puede ser estructuralmente incapaz de ver ciertas cosas”.
Para describir esta posición de ceguera social, Jesús cita el llamamiento de
Isaías: "Oiréis una y otra vez, pero sin entender" (Is 6,9).
Curiosamente, Jesús se sirve de este texto como prefacio a su enseñanza a
través de parábolas. Quienes pertenecen a un grupo o sistema son por naturaleza
dualistas, porque se diferencian a sí mismos de los de fuera.
Las parábolas, en cambio, nunca se prestan
a explicaciones dualistas. En este sentido, su propósito es muy similar al de
los “kôan” del zen o las adivinanzas
confucianas, que intentan evidenciarnos nuestros propios prejuicios y
supuestos. Todos estos géneros expositivos subvierten lo que consideramos
lógico.
El mismo tema se expresa también en
algunas metáforas masculinas: por ejemplo, el hijo olvidado o el hijo
repudiado, como José, David y Esaú. Jesé, el padre de David, muestra todos sus
hijos a Samuel (1Sm 16,1-13). Y Samuel pregunta: "¿No tienes ningún otro
hijo?". "¡Ay, es verdad!” Hay otro muchacho, que no tiene nombre,
pero está en el campo. “Lo habíamos olvidado", parece decir Jesé. Y Samuel
ordena: "Manda a por él, que no nos sentaremos a la mesa hasta que
llegue" (v.11).
Samuel lo unge en cuanto llega. "Es éste",
dice. Este hijo olvidado se convierte, por supuesto, en el gran rey David, el
arquetipo de hombre completo de las Escrituras hebreas. David es también amante,
guerrero y, merced a la intervención de Natán, incluso un sabio profeta. Así,
las cuatro partes del alma terminan siendo integradas. El hijo repudiado sabe
en qué consiste realmente la filiación, quizá porque la ha deseado durante
largo tiempo. Jesús sacará provecho de esto en la memorable parábola del hijo
pródigo (Lc 15,11-32).
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