55.-
En un hermosísimo párrafo de 2 Corintios
constatamos que san Pablo ha entendido lo anterior. Allí escribe: "Y
nosotros todos, reflejando con el rostro descubierto la gloria del Señor, nos
vamos transformando a su imagen con esplendor creciente" (2 Cor
3,18).
No tienen que ver con ser perfectos. Tiene
que ver con mantener la relación, aferrándonos a la unión tan firmemente como
Dios se aferra a nosotros, con permanecer allí. Al que todo lo conoce y todo lo
recibe, cual espejo, no le cuesta perdonar. No se trata de estar en lo cierto,
sino de estar conectado.
Durante un retiro escribí en mi diario: «¡Qué
gran acierto tuviste, oh Dios, al hacer de la verdad una relación en vez de una
idea! Ahora entre Tú y yo se abre un espacio para la conversación, para la
excepción, para las infinitas comprensiones que brotan de la intimidad, para la
posibilidad de devolver y de darte algo a ti, como si yo pudiera devolverte
algo a ti. Me ofreces la posibilidad de reparar, de complacer, de disculparme,
de cambiar, de someterme. Hay espacio para diversas fases y para el
sufrimiento, para la pasión mutua y la conmiseración mutua. Hay espacio para
cualquier actitud recíproca».
Ahí radica la genialidad de la tradición
bíblica, Jesús se ofrece a sí mismo como "camino, verdad y vida" (Jn
14,6), y de repente todo se centra en el compartir de nuestra persona en vez de
en cualquier pugna sobre ideas. No me cabe duda de que esa afirmación
encontrará mucha resistencia y será objeto de abundante crítica, porque “uno siente que tiene la situación mucho más
controlada cuando piensa que está en lo cierto que cuando mantienen la relación
adecuada”. Me temo que siempre nos resistiremos a la verdad práctica y
relacional en aras de abstracciones.
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