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«Tendrás
un solo Dios ante ti»
El milagro del monoteísmo consiste en que
no sólo es un don para la espiritualidad, sino también un don fabuloso para nuestra
salud mental y emocional. De algún modo, el monoteísmo nos dice que el mundo es
coherente. Hoy algunos psicólogos hablan del "otro constitutivo". En
todo momento de nuestras vidas solemos buscar un otro constitutivo, una persona
que sirve como una suerte de trasfondo para nuestra propia identidad. Ésta la
hallamos a través de la relación con otra persona. Esa persona nos refleja como
esto o aquello, y nosotros podemos aceptarlo o rechazarlo. O bien crecemos
gracias a que alguien nos ama, o bien nos marchitamos a consecuencia de un
reflejo negativo.
Esa es probablemente la razón por la que
todos se definen primero en familias y por la que la mayoría se sienten
llamados al matrimonio, ya que ello crea el marco, le da a uno cierto
fundamento para las relaciones en general. La relacionalidad parece ser tan
decisiva para el plan en su conjunto que Dios tuvo que arriesgarse a darnos la
pasión sexual que unos sentimos por otros, con todos los problemas que esta
podía acarrear. Ello se debe a que, en ausencia de relación con los demás,
sencillamente "no sabemos" quiénes somos o para qué hemos sido
creados.
La genialidad del primer mandamiento fue
que, al tener "un solo Dios ante ti", eres introducido en un mundo
coherente, con un único centro, un único patrón, un único ámbito de sentido. Si
hacemos uso del lenguaje psicológico asociado a lo que llamamos salvación,
podríamos afirmar que tener a “Alguien”
que nos afirmen en el ser es un magnífico comienzo para la estructura de
nuestro ego y para nuestra maduración como personas. Para el creyente, Dios se
convierte en el Otro Constitutivo Primordial.
¡No es de extrañar que los hebreos
hablaran de ser "salvados" por Yahvé, al igual que los cristianos
después de ellos! Si Dios dice que eres bueno y "hace brillar su rostro
sobre ti" (Nm 6,25), estás a salvo y sin problemas.
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