jueves, 7 de junio de 2018

21.- ACERTAR EN EL QUIÉN


21.- 
2.- Acertar en el "quién"

          "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"
                                                                                                       - Gn 1,26
               "Desde la creación del mundo, el poder y la divinidad eternos de Dios, si bien invisibles, se hacen asequibles a la mente por las criaturas".
                                            - Rom 1,20

Iniciaremos nuestra tentativa de conectar unos puntos con otros por un libro que no es el más antiguo de la Biblia ni el primero en ser escrito: de hecho, es posible que, en su forma actual, no fuera compilado hasta una fecha tan tardía como el año 500 a.C.; no obstante, el Génesis sigue siendo el famoso libro que contiene nuestro relato de la creación. Su brillantez nos proporciona un comienzo muy bueno.
El relato de la creación de la tradición judío-cristiana transmitido en el Génesis es, en verdad, bastante extraordinario en comparación con otros relatos autóctonos de la creación. Algunos pueblos imaginan que la creación acontece por combustión espontánea o emerge de un agujero en el suelo, o que es obra de algún personaje mitológico o incluso resultado de un acto de violencia. Pero el relato bíblico de la creación afirma que hemos sido creados "a imagen y semejanza" de Dios y por amor generativo, como hemos leído en el texto citado anteriormente a modo de epígrafe y como se repite en otros muchos lugares (cf., por ejemplo, Gn 1,27; 9,6). Esto nos permite partir de un fundamento absolutamente positivo y esperanzado, cuya importancia no es posible exagerar.
Hemos oído con tanta frecuencia la expresión "creados a imagen y semejanza de Dios", que ya no experimentamos la conmoción existencial de lo que afirma acerca de nosotros. ¡Si intentáramos creérnosla de verdad, podríamos ahorrarnos miles y miles de euros en psicoterapia! Si esta afirmación es cierta, la familia de la que procedemos es divina. “El núcleo de nuestro ser es la bendición original, no el pecado original”. La citada expresión nos asegura que nuestro punto de partida es totalmente positivo o, como dice el primer capítulo de la Biblia, "muy bueno" (Gn 1,31). Tenemos un buen lugar donde sentirnos en casa. Si el comienzo es acertado, el resto se simplifica considerablemente y además ya sabemos cuál es la bien definida dirección de la trayectoria.
La Biblia construirá sobre esta bondad fundamental, sobre esta identidad verdadera "oculta en el amor y la misericordia de Dios", como escribió Thomas Merton. Ese es el lugar al que siempre intentamos regresar, porque hay muchos desvíos a lo largo del camino y muchos "diablos" sembrando la misma duda que le sugirieron a Jesús: "Si eres hijo (o hija) de Dios..." (Mt 4,3.6). Toda la Biblia busca ilustrar a través de diversos relatos “la unidad objetiva” de la humanidad “con Dios”.
De hecho, me entristece que varios de los reformadores europeos, quienes afirmaban creer en las Escrituras, tuvieran todavía una visión tan negativa de la humanidad. Sus puntos de partida eran trágicos, como, por ejemplo, la "total depravación" de la persona. No es de extrañar que tantos occidentales parezcan odiar el cristianismo; nos hemos convertido exactamente en lo que tales reformadores más temían que pudiera hacerse realidad. Toda buena noticia ha devenido inaudible en el plano humano y práctico.
Dada la ausencia de misticismo y de toda actitud contemplativa constatable en algunas confesiones cristianas, considero que muchos cristianos desconocen aún la unión objetiva del alma con Dios (cf., por ejemplo, 1Jn 3,2; 2Pe 1,4). De hecho, a menudo, impugnan mis opiniones al respecto recordándome que "todo lo humano es malo y depravado" o que "los seres humanos son montones de estiércol cubiertos por Cristo". Un punto de partida tan negativo dificulta en gran medida el desarrollo de personas cariñosas y sensibles, y otro tanto ocurre cuando Roma dice que los actos homosexuales son "intrínsecamente desordenados". ¿Puede repararse alguna vez una condena tan categórica?
¡Para predicar y conocer el Evangelio, debemos acertar en el "quién"! ¿Cuál es el yo con el que trabajamos? ¿Quién eres tú? ¿Dónde moras objetivamente? ¿De dónde procedes? Tu ADN ¿es divino o satánico?

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