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2.-
Acertar en el "quién"
"Hagamos
al hombre a nuestra imagen y semejanza"
-
Gn 1,26
"Desde
la creación del mundo, el poder y la divinidad eternos de Dios, si bien
invisibles, se hacen asequibles a la mente por las criaturas".
-
Rom 1,20
Iniciaremos nuestra tentativa de conectar
unos puntos con otros por un libro que no es el más antiguo de la Biblia ni el
primero en ser escrito: de hecho, es posible que, en su forma actual, no fuera
compilado hasta una fecha tan tardía como el año 500 a.C.; no obstante, el
Génesis sigue siendo el famoso libro que contiene nuestro relato de la
creación. Su brillantez nos proporciona un comienzo muy bueno.
El relato de la creación de la tradición
judío-cristiana transmitido en el Génesis es, en verdad, bastante extraordinario
en comparación con otros relatos autóctonos de la creación. Algunos pueblos
imaginan que la creación acontece por combustión espontánea o emerge de un
agujero en el suelo, o que es obra de algún personaje mitológico o incluso
resultado de un acto de violencia. Pero el relato bíblico de la creación afirma
que hemos sido creados "a imagen y semejanza" de Dios y por amor
generativo, como hemos leído en el texto citado anteriormente a modo de
epígrafe y como se repite en otros muchos lugares (cf., por ejemplo, Gn 1,27;
9,6). Esto nos permite partir de un fundamento absolutamente positivo y
esperanzado, cuya importancia no es posible exagerar.
Hemos oído con tanta frecuencia la
expresión "creados a imagen y semejanza de Dios", que ya no
experimentamos la conmoción existencial de lo que afirma acerca de nosotros.
¡Si intentáramos creérnosla de verdad, podríamos ahorrarnos miles y miles de
euros en psicoterapia! Si esta afirmación es cierta, la familia de la que
procedemos es divina. “El núcleo de nuestro ser es la bendición
original, no el pecado original”. La citada expresión nos asegura que
nuestro punto de partida es totalmente positivo o, como dice el primer capítulo
de la Biblia, "muy bueno" (Gn 1,31). Tenemos un buen lugar donde
sentirnos en casa. Si el comienzo es acertado, el resto se simplifica
considerablemente y además ya sabemos cuál es la bien definida dirección de la
trayectoria.
La Biblia construirá sobre esta bondad
fundamental, sobre esta identidad verdadera "oculta en el amor y la
misericordia de Dios", como escribió Thomas Merton. Ese es el lugar al que
siempre intentamos regresar, porque hay muchos desvíos a lo largo del camino y
muchos "diablos" sembrando la misma duda que le sugirieron a Jesús:
"Si eres hijo (o hija) de Dios..." (Mt 4,3.6). Toda la Biblia busca
ilustrar a través de diversos relatos “la
unidad objetiva” de la humanidad “con
Dios”.
De hecho, me entristece que varios de los reformadores
europeos, quienes afirmaban creer en las Escrituras, tuvieran todavía una
visión tan negativa de la humanidad. Sus puntos de partida eran trágicos, como,
por ejemplo, la "total depravación" de la persona. No es de extrañar
que tantos occidentales parezcan odiar el cristianismo; nos hemos convertido
exactamente en lo que tales reformadores más temían que pudiera hacerse
realidad. Toda buena noticia ha devenido inaudible en el plano humano y
práctico.
Dada la ausencia de misticismo y de toda
actitud contemplativa constatable en algunas confesiones cristianas, considero
que muchos cristianos desconocen aún la unión objetiva del alma con Dios (cf.,
por ejemplo, 1Jn 3,2; 2Pe 1,4). De hecho, a menudo, impugnan mis opiniones al
respecto recordándome que "todo lo humano es malo y depravado" o que
"los seres humanos son montones de estiércol cubiertos por Cristo".
Un punto de partida tan negativo dificulta en gran medida el desarrollo de
personas cariñosas y sensibles, y otro tanto ocurre cuando Roma dice que los
actos homosexuales son "intrínsecamente desordenados". ¿Puede
repararse alguna vez una condena tan categórica?
¡Para predicar y conocer el Evangelio,
debemos acertar en el "quién"! ¿Cuál es el yo con el que trabajamos?
¿Quién eres tú? ¿Dónde moras objetivamente? ¿De dónde procedes? Tu ADN ¿es
divino o satánico?
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