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Vergüenza
originaria
El primer acto de la revelación divina es
la propia creación. Yo la llamo la primerísima Biblia de la naturaleza misma,
escrita aproximadamente catorce mil millones de años antes que la Biblia de
palabras. Dios habla primero a través de “lo
que es”, como hemos visto que afirma Pablo en uno de los epígrafes que
preludian este capítulo.
Sin embargo, resulta interesante el hecho
de que, conforme al relato bíblico, la creación se realice progresivamente a lo
largo de siete días, casi como si ya en aquellos antiguos tiempos hubiera
existido una intuición de lo que más tarde se daría en llamar
"evolución": una explicación bastante convincente de la gradual
creación del mundo por parte de Dios y a la que la mayoría de los cristianos no
se oponen, a pesar de unas cuantas voces críticas que se hacen oír.
Es evidente que esta creación acontece a
lo largo del tiempo, y la única afirmación espiritual del Génesis es que fue
Dios quien la puso en marcha. Al autor bíblico no le interesa la forma exacta
en que se llevó a cabo, ni tampoco el cuándo y el dónde, sino tan solo “el hecho” en sí. El Génesis no pretende
ser una explicación científica; se trata a todas luces de una elucidación
espiritual del sentido, la gloria y la procedencia de la creación. Pero las
mentes dualistas son incapaces de integrar ideas y prefieren pensar en términos
disyuntivos. El pensamiento primitivo es casi enteramente dualista, porque
conoce por diferenciación. La mente de santos y místicos, en cambio, tiende en
gran medida a ser no dualista. Ellos ven ‘todos’ en vez de ‘partes’.
¿Te has dado cuenta, sin embargo, de que
en los días tercero, cuarto, quinto, sexto y séptimo se dice que lo creado por
Dios es "bueno" (Gn 1,9-31)? ¡Pero la mayoría de las personas no se
percata de que en los dos primeros días no se pronuncia idéntico juicio? El
primer día tiene lugar la separación de la tiniebla y la luz, y el segundo día
la separación de los cielos arriba y la tierra abajo (Gn 1,3-8). La Biblia no
dice que esto sea bueno, porque no lo es. La razón de que Jesús sea el icono de
la salvación para tantos de nosotros radica en que él mantiene así
maravillosamente unidos el cielo y la tierra, invitándonos a nosotros a hacer
otro tanto.
El resto del trabajo de la Biblia
consistirá en volver a unir en un lugar concreto esos supuestos contrarios:
tiniebla y luz, cielos y tierra, carne y espíritu. Nunca han estado realmente
separados, pero recuerda que el "pecado" piensa que sí. Nuestra
propia tradición franciscana, en especial la de san Francisco y san
Buenaventura, enseñó con gran acierto esta unidad. Entendieron a todas las
criaturas como reflejos del Creador. Es lo que se llama "espiritualidad
encarnacional" o "espiritualidad de la creación".
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