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Psicológica
y espiritualmente no existe el triunfo por la fuerza. La dominación es
dominación, no transformación. La manera de recorrer el camino determina la
meta a la que uno finalmente llega. El dominado termina convirtiéndose en otro
dominador o en una triste víctima, o en ambas cosas a la vez; y todas estas
clases de personas son un lastre para la sociedad y para ellas mismas. Diríase
que este claro patrón debe ser discernible en la historia. Yo ciertamente lo
discerní en los catorce años que serví como capellán de prisiones.
Así como, según se supone que dijo
Napoleón, "solo las personas de espíritu cambian de verdad las cosas, los
demás nos limitamos a reorganizarlas", así también solo Dios es lo
suficientemente paciente para esperar a que acontezca el cambio real, y lo
suficientemente poderoso para saber que antes o después se producirá. El resto
de nosotros nos contentamos con "reorganizar las hamacas de cubierta del
Titanic", que es lo único que puede hacer la violencia.
Las personas no transformadas parecen
pensar que los problemas pueden resolverse por medio de la fuerza exterior,
cuando en realidad eso equivale a cambiar las cosas desde arriba o de fuera
adentro. La palabra de Dios nos mueve hacia diversas clases de poder
espiritual. Y ese poder es el que permite que las cosas no solo sean
externamente cambiadas, sino transformadas de verdad, y no desde arriba, sino
desde abajo, no de fuera adentro, sino de dentro afuera. O como lo formula
Jesús: "Limpia primero por dentro la copa y el plato, y el exterior ya se
cuidará de sí mismo" (Mt 23,26).
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