miércoles, 6 de junio de 2018

95.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


95.- 
Así pues, aquí vamos a caminar en la cuerda floja. Afirmamos que es importante tener una enseñanza correcta, ortodoxa sobre Dios, pero ni por un momento debemos presumir que lo sabemos todo sobre Él, ni siquiera la mayor parte de lo que hay que saber. En ese filo de la navaja encontraremos el equilibrio que ofrece la Biblia.
Me gustaría comenzar el análisis de este tema con una cita del indólogo alemán Heinrich Zimmer (1890-1943), quien, entre otras cosas, estudió las imágenes sagradas y su relación con la espiritualidad: Zimmer dice que "de lo mejor no es posible hablar" y que "los asuntos que le siguen en importancia son siempre objeto de malentendidos". Por eso nos pasamos la vida hablando de cuestiones de tercer orden, que en nuestra cultura son -imagino- los deportes, el tiempo y otros temas no problemáticos. La religión siente con frecuencia la tentación de hacer lo propio: ¡solamente para tener algo límpido y aséptico de lo que hablar!
Una de las grandes dificultades de la teología y la espiritualidad es que su materia consiste justo en aquellas cosas máximamente importantes sobre las que no es posible hablar. Así, la religión, si no tiene humildad en lo relativo a sus posibilidades cognoscitivas, termina siendo bastante petulante, estúpida y supersticiosa. Pienso que eso es lo que Jesús critica en el pasaje con el que hemos abierto el presente capítulo.
Cuando hablamos de Dios y de lo trascendente, todo lo que podemos hacer es usar metáforas e indicadores. Ningún lenguaje es adecuado para describir lo santo. Al igual que en un cuadro de san Juan de la Cruz que vi en una ocasión, debemos ponernos el dedo sobre los labios en demanda de silencio para tener presente que, en último término, Dios es indescriptible e inefable. O también podemos hacer como los judíos: negarnos a pronunciar el nombre de "Yhwh".
A diferencia del resto de las ciencias, la teología no puede validarse a sí misma por "pruebas externas", aunque hayamos intentado hacerlo. Lo que el Deuteronomio afirma sobre los profetas es aplicable ciertamente a todos cuantos hablan de cosas espirituales. "Pero ¿cómo saber si lo que dice un profeta es cierto?". El único criterio que la Biblia ofrece para reconocer a un profeta verdadero es el siguiente: "Si dice que algo sucederá y luego no sucede, no se trata de un verdadero profeta" (Dt 18,21-22). Esto no ayuda mucho, ¿verdad? Al menos si lo que busca uno es validación o predecibilidad anterior al hecho.

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