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Así pues, aquí vamos a caminar en la
cuerda floja. Afirmamos que es importante tener una enseñanza correcta,
ortodoxa sobre Dios, pero ni por un momento debemos presumir que lo sabemos
todo sobre Él, ni siquiera la mayor parte de lo que hay que saber. En ese filo
de la navaja encontraremos el equilibrio que ofrece la Biblia.
Me gustaría comenzar el análisis de este
tema con una cita del indólogo alemán Heinrich Zimmer (1890-1943), quien, entre
otras cosas, estudió las imágenes sagradas y su relación con la espiritualidad:
Zimmer dice que "de lo mejor no es posible hablar" y que "los
asuntos que le siguen en importancia son siempre objeto de malentendidos".
Por eso nos pasamos la vida hablando de cuestiones de tercer orden, que en
nuestra cultura son -imagino- los deportes, el tiempo y otros temas no
problemáticos. La religión siente con frecuencia la tentación de hacer lo
propio: ¡solamente para tener algo límpido y aséptico de lo que hablar!
Una de las grandes dificultades de la
teología y la espiritualidad es que su materia consiste justo en aquellas cosas
máximamente importantes sobre las que no es posible hablar. Así, la religión,
si no tiene humildad en lo relativo a sus posibilidades cognoscitivas, termina
siendo bastante petulante, estúpida y supersticiosa. Pienso que eso es lo que
Jesús critica en el pasaje con el que hemos abierto el presente capítulo.
Cuando hablamos de Dios y de lo
trascendente, todo lo que podemos hacer es usar metáforas e indicadores. Ningún
lenguaje es adecuado para describir lo santo. Al igual que en un cuadro
de san Juan de la Cruz que vi en una ocasión, debemos ponernos el dedo sobre
los labios en demanda de silencio para tener presente que, en último término,
Dios es indescriptible e inefable. O también podemos hacer como los judíos: negarnos
a pronunciar el nombre de "Yhwh".
A diferencia del resto de las ciencias, la
teología no puede validarse a sí misma por "pruebas externas", aunque
hayamos intentado hacerlo. Lo que el Deuteronomio afirma sobre los profetas es
aplicable ciertamente a todos cuantos hablan de cosas espirituales. "Pero
¿cómo saber si lo que dice un profeta es cierto?". El único criterio que
la Biblia ofrece para reconocer a un profeta verdadero es el siguiente:
"Si dice que algo sucederá y luego no sucede, no se trata de un verdadero
profeta" (Dt 18,21-22). Esto no ayuda mucho, ¿verdad? Al menos si lo que
busca uno es validación o predecibilidad anterior al hecho.
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