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Un
lenguaje inclusivo para hablar de Dios
Como todos sabemos, en los últimos veinte
años ha habido numerosos debates en nuestra cultura y en nuestra Iglesia sobre
el uso de la tercera persona del singular a la hora de hablar de Dios.
¿Deberíamos decir "él", "ella" o "ello"? Entiendo
las razones para plantear este interrogante y las comparto casi todas.
No podemos por menos de reconocer que, en
este terreno, dependemos en exceso de imágenes y términos masculinos. Es
evidente que Dios se encuentra más allá de cualquier género. Por consideración
a numerosas personas que han sido heridas por lo masculino y a muchas que, a
consecuencia de tales heridas, solo pueden confiar ya en lo femenino, debemos
usar también imágenes femeninas para hablar de Dios; de lo contrario, mucha
gente nunca tendrá acceso a la divinidad.
Pero resulta importante caer en la cuenta
de que la Biblia está llamativamente poco interesada en el lenguaje de tercera
persona -ya sea él, ella o ello-, aunque sin duda refleja visiones patriarcales
del mundo. ¡A la Biblia le preocupa mucho más el descubrimiento del “lenguaje de segunda persona” para
hablar con Dios! Lo que le interesa es el encuentro entre dos
"rostros": Dios y tú, Dios y la comunidad. Como asevera todo este
capítulo, a lo que apuntamos es a la posibilidad de desarrollar la capacidad para
la relación yo-tú con Dios. En ocasiones, la sesuda preocupación por usar el
pronombre correcto puede dar como resultado, de hecho, la evitación de
semejante relación; en otras ocasiones, en cambio, se trata de una muy
necesaria corrección.
La mayoría de las lenguas, como el alemán,
el español o el francés, tienen varias formas para la segunda persona; no así,
sin embargo, el inglés, que solo conoce el pronombre “you”. Por eso, en el mundo anglosajón se recurre a un pronombre
del inglés antiguo, “thou”, para
intentar aproximarse a esta experiencia bíblica de una relación especial e
íntima. Es una relación en la que uno se siente valorado, no como objeto, sino
de algún modo como un sujeto, una relación en la que uno experimenta
mutualidad, reciprocidad y respeto.
En la mayoría de las lenguas la forma
alternativa del pronombre de segunda persona solía reservarse para los
progenitores y las autoridades, para las personas que merecían respeto. En
inglés no existe esta posibilidad. Uno está tentado de preguntarse si ello no
será reflejo de una verdadera pérdida de conciencia de la relación yo-tú en el
mundo angloparlante. Tal vez la lengua inglesa nos esté diciendo a los
angloparlantes que no valoramos suficientemente las relaciones con el “tú”, esas relaciones que preceden a
nuestra “transformación” en un
"yo".
En modo alguno pretendo desestimar o
tomarme a la ligera los argumentos a favor del lenguaje inclusivo concerniente
al uso del pronombre de tercera persona del singular. Debemos satisfacer esa
necesidad siempre y dondequiera que sea posible. (Cuando no lo hago en este
libro, se debe a que temo que ello distraiga la atención de lo que por encima
de todo pretendo decir con esa determinada frase). Pero no creo realmente que
al Dios que se nos ha revelado en la Biblia le preocupe “qué” palabra usemos, siempre y cuando sea honesta, verdadera y
denote cariño de uno u otro modo.
El propio texto hebreo nos ofrece una
serie de opciones: Elohim. Yahvé, El-Sadday (el de pecho cálido, aunque suele
traducirse por el Todopoderoso), Señor, Sofía, Señor de los Ejércitos. Lo
importante es, evidentemente, que uno viva la relación, el encuentro, el amor y
la experiencia de haber sido interpelado en algún lugar como "amado".
Si los términos femeninos te ayudan a
dirigirte a Dios y facilitan que Él se dirija a ti, “debes” usarlos. Si los términos masculinos te ayudan a dirigirte a
Dios y facilitan que Él se dirija a ti, “debes”
usarlos. ¡Probablemente haya tantas palabras diferentes como amantes y modos de
amar!
Si alguna vez has vivido una relación de
amor, bien entre adultos, bien entre padres e hijos, sabes que en ese contexto
es habitual acuñar apelativos cariñosos, pequeños apodos para llamarse uno a
otro que de algún modo reflejan la índole especial de la relación. Tal es la
palabra sagrada que solo tú puedes encontrar, y lo mismo ocurre en la oración.
Llamar a Dios sin más “él, ella o ello”
es simplificar en exceso las cosas.
Necesitas encontrar sin falta el
"yo" seguro y maravilloso ante el que puedas ser un "tú".
Entonces tendrás el rostro que siempre has deseado y siempre has sabido que es
verdadero.
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