miércoles, 6 de junio de 2018

57.- PERSONAS CON UN ROSTRO


57.- 
Un lenguaje inclusivo para hablar de Dios
Como todos sabemos, en los últimos veinte años ha habido numerosos debates en nuestra cultura y en nuestra Iglesia sobre el uso de la tercera persona del singular a la hora de hablar de Dios. ¿Deberíamos decir "él", "ella" o "ello"? Entiendo las razones para plantear este interrogante y las comparto casi todas.
No podemos por menos de reconocer que, en este terreno, dependemos en exceso de imágenes y términos masculinos. Es evidente que Dios se encuentra más allá de cualquier género. Por consideración a numerosas personas que han sido heridas por lo masculino y a muchas que, a consecuencia de tales heridas, solo pueden confiar ya en lo femenino, debemos usar también imágenes femeninas para hablar de Dios; de lo contrario, mucha gente nunca tendrá acceso a la divinidad.
Pero resulta importante caer en la cuenta de que la Biblia está llamativamente poco interesada en el lenguaje de tercera persona -ya sea él, ella o ello-, aunque sin duda refleja visiones patriarcales del mundo. ¡A la Biblia le preocupa mucho más el descubrimiento del “lenguaje de segunda persona” para hablar con Dios! Lo que le interesa es el encuentro entre dos "rostros": Dios y tú, Dios y la comunidad. Como asevera todo este capítulo, a lo que apuntamos es a la posibilidad de desarrollar la capacidad para la relación yo-tú con Dios. En ocasiones, la sesuda preocupación por usar el pronombre correcto puede dar como resultado, de hecho, la evitación de semejante relación; en otras ocasiones, en cambio, se trata de una muy necesaria corrección.
La mayoría de las lenguas, como el alemán, el español o el francés, tienen varias formas para la segunda persona; no así, sin embargo, el inglés, que solo conoce el pronombre “you”. Por eso, en el mundo anglosajón se recurre a un pronombre del inglés antiguo, “thou”, para intentar aproximarse a esta experiencia bíblica de una relación especial e íntima. Es una relación en la que uno se siente valorado, no como objeto, sino de algún modo como un sujeto, una relación en la que uno experimenta mutualidad, reciprocidad y respeto.
En la mayoría de las lenguas la forma alternativa del pronombre de segunda persona solía reservarse para los progenitores y las autoridades, para las personas que merecían respeto. En inglés no existe esta posibilidad. Uno está tentado de preguntarse si ello no será reflejo de una verdadera pérdida de conciencia de la relación yo-tú en el mundo angloparlante. Tal vez la lengua inglesa nos esté diciendo a los angloparlantes que no valoramos suficientemente las relaciones con el “tú”, esas relaciones que preceden a nuestra “transformación” en un "yo".
En modo alguno pretendo desestimar o tomarme a la ligera los argumentos a favor del lenguaje inclusivo concerniente al uso del pronombre de tercera persona del singular. Debemos satisfacer esa necesidad siempre y dondequiera que sea posible. (Cuando no lo hago en este libro, se debe a que temo que ello distraiga la atención de lo que por encima de todo pretendo decir con esa determinada frase). Pero no creo realmente que al Dios que se nos ha revelado en la Biblia le preocupe “qué” palabra usemos, siempre y cuando sea honesta, verdadera y denote cariño de uno u otro modo.
El propio texto hebreo nos ofrece una serie de opciones: Elohim. Yahvé, El-Sadday (el de pecho cálido, aunque suele traducirse por el Todopoderoso), Señor, Sofía, Señor de los Ejércitos. Lo importante es, evidentemente, que uno viva la relación, el encuentro, el amor y la experiencia de haber sido interpelado en algún lugar como "amado".
Si los términos femeninos te ayudan a dirigirte a Dios y facilitan que Él se dirija a ti, “debes” usarlos. Si los términos masculinos te ayudan a dirigirte a Dios y facilitan que Él se dirija a ti, “debes” usarlos. ¡Probablemente haya tantas palabras diferentes como amantes y modos de amar!
Si alguna vez has vivido una relación de amor, bien entre adultos, bien entre padres e hijos, sabes que en ese contexto es habitual acuñar apelativos cariñosos, pequeños apodos para llamarse uno a otro que de algún modo reflejan la índole especial de la relación. Tal es la palabra sagrada que solo tú puedes encontrar, y lo mismo ocurre en la oración. Llamar a Dios sin más “él, ella o ello” es simplificar en exceso las cosas.
Necesitas encontrar sin falta el "yo" seguro y maravilloso ante el que puedas ser un "tú". Entonces tendrás el rostro que siempre has deseado y siempre has sabido que es verdadero.


              


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