jueves, 7 de junio de 2018

44.- PERSONAS CON UN ROSTRO



44.- 
Comencemos por Moisés en el monte Sinaí. Moisés le pide a YHWH: "Enséñame tu gloria". Y YHWH responde: "Yo haré pasar ante ti todo mi esplendor y pronunciaré ante ti el nombre: YHWH. Pero yo me compadezco de quien quiero y favorezco a quien quiero. No estás preparado para ver mi rostro. Porque ningún ser humano puede verme y quedar con vida". Y añade: "Hay un sitio en la hendidura de la roca; colócate ahí. Cuando pase mi gloria, te cubriré con mi palma hasta que haya pasado. Cuando retire la mano, podrás ver mi espalda. Pero mi rostro no lo verás" (Ex 33,18-20).
Al principio, la madura relación adulta con Dios no es aún posible. En adelante ten esto muy presente, porque, si bien hacia el final de la Biblia conoceremos el perfecto cara a cara interpersonal, vamos a necesitar mucho tiempo hasta llegar allí, de modo análogo a lo que nos ocurre a cada uno de nosotros como individuos (no lo olvides: cada alma es única, como también cada rostro).
Según parece, todos tememos la intimidad, todos la rehuimos. Es demasiado poderosa y exige que también nosotros "tengamos rostro", esto es, “confianza en nosotros mismos, identidad, dignidad y una cierta valentía para aceptar nuestro semblante, único y singular”. Y lo que es aún peor: también nos exige que, una vez que lo tenemos, estemos dispuestos a dárselo a otro.
Al principio, el individuo no está listo para hacerse presente. A modo de identidad nos conformamos con costumbres, leyes y ocupaciones tribales, algo que aún es cierto en la actualidad. Así, Dios comienza confiriendo conciencia de dignidad e identidad a todo el grupo. Eso se debe a que la mayoría de los individuos no pueden contener o sostener la confianza y el amor por sí mismos. Yahvé crea un "pueblo elegido": "Seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios" (Jr 32,38).
Parece que la experiencia de excepcionalidad resulta demasiado imponente para ser soportada por un único individuo. O bien dudará de ella, o bien se aprovechará de ella, ya sea por debilidad o exceso de ego, por odio a sí mismo o por engreimiento. Incluso ahora vemos cuán difícil es para una persona estar cara a cara ante Dios manteniendo un perfecto equilibrio entre la humildad y la dignidad. Así, Dios comienza por un pueblo "consagrado a él" (Dt 14,2). El grupo se mantiene unido gracias al misterio, que se convierte en el sentido mismo de "iglesia".
La pertenencia al grupo se convertirá en una puerta de entrada al encuentro personal y a la experiencia interior, pero a menudo también en sustituto de éstas.

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