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Comencemos
por Moisés en el monte Sinaí. Moisés le pide a YHWH:
"Enséñame tu gloria". Y YHWH
responde: "Yo haré pasar ante ti todo mi esplendor y pronunciaré ante ti
el nombre: YHWH. Pero yo me compadezco de quien
quiero y favorezco a quien quiero. No estás preparado para ver mi rostro.
Porque ningún ser humano puede verme y quedar con vida". Y añade:
"Hay un sitio en la hendidura de la roca; colócate ahí. Cuando pase mi
gloria, te cubriré con mi palma hasta que haya pasado. Cuando retire la mano,
podrás ver mi espalda. Pero mi rostro no lo verás" (Ex 33,18-20).
Al principio, la madura relación adulta
con Dios no es aún posible. En adelante ten esto muy presente, porque, si bien
hacia el final de la Biblia conoceremos el perfecto cara a cara interpersonal,
vamos a necesitar mucho tiempo hasta llegar allí, de modo análogo a lo que nos
ocurre a cada uno de nosotros como individuos (no lo olvides: cada alma es
única, como también cada rostro).
Según parece, todos tememos la intimidad,
todos la rehuimos. Es demasiado poderosa y exige que también nosotros
"tengamos rostro", esto es, “confianza en nosotros mismos, identidad,
dignidad y una cierta valentía para aceptar nuestro semblante, único y singular”.
Y lo que es aún peor: también nos exige que, una vez que lo tenemos, estemos
dispuestos a dárselo a otro.
Al principio, el
individuo no está listo para hacerse presente. A modo de identidad nos
conformamos con costumbres, leyes y ocupaciones tribales, algo que aún es
cierto en la actualidad. Así, Dios comienza confiriendo conciencia de
dignidad e identidad a todo el grupo. Eso se debe a que la mayoría de
los individuos no pueden contener o sostener la confianza y el amor por sí
mismos. Yahvé crea un "pueblo elegido": "Seréis mi pueblo, y yo
seré vuestro Dios" (Jr 32,38).
Parece que la experiencia de
excepcionalidad resulta demasiado imponente para ser soportada por un único
individuo. O bien dudará de ella, o bien se aprovechará de ella, ya sea por
debilidad o exceso de ego, por odio a sí mismo o por engreimiento. Incluso
ahora vemos cuán difícil es para una persona estar cara a cara ante Dios
manteniendo un perfecto equilibrio entre la humildad y la dignidad. Así, Dios
comienza por un pueblo "consagrado a él" (Dt 14,2). El grupo se
mantiene unido gracias al misterio, que se convierte en el sentido mismo de
"iglesia".
La pertenencia al grupo se convertirá en
una puerta de entrada al encuentro personal y a la experiencia interior, pero a
menudo también en sustituto de éstas.
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