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Lo
que Jesús y todos los profetas intentan hacer es asegurarse de que todos
vivamos esa experiencia en algún ámbito de nuestras vidas -la experiencia de
ser perdedores, de saber cuánto daño hace hacer daño-, ya sea por tener un hijo
discapacitado, sufrir la pérdida de un ser querido, formar parte de alguna
minoría racial o sexual, o ser menospreciado por cualquier razón. Ese lugar
fuera del sistema es un "espacio liminal" en el que la transformación
y la conversión son mucho más probables.
¿No resulta irónico que el Evangelio
probablemente haya sido predicado y enseñado por regla general por personas que
viven de forma muy confortable? Eso casi garantiza que los predicadores del
Evangelio no comprenderán en gran medida lo esencial, que no predicarán el
verdadero mensaje, el mensaje en su totalidad. Jesús se aseguró de que sus
seguidores fueran "peregrinos y forasteros" (Hb 11,13) respecto a la
manera habitual de hacer las cosas, de suerte que pudieran convertirse en
"ciudadanos" de un reino mayor (Flp 3,20).
Puedo entender lo que mi padre, san
Francisco, perseguía manteniéndonos al margen también del sistema clerical.
Este no es malo, por supuesto, pero sí muy peligroso. Francisco no quería que
fuésemos presbíteros, ya que estos son personas inherentemente vinculados al sistema
e incluso forman parte de una élite. Él nunca dejó de ser hermano.
Me preocupa el hecho de que, cuando
aceptamos personas a fin de formarlas para el ministerio, enseguida les damos
un rol asignado, seguridad y estatus. Prácticamente estamos asegurando que no
tendrán ninguna Buena Nueva que proclamar, “a no ser que aprendan de sus propias
heridas o de las de otros, algo que muchos hacen”. Quizá los recientes
escándalos vividos en la Iglesia terminen siendo incluso buenos para nosotros,
si nos llevan de regreso al margen de lo más bajo.
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