3.-
Algunos especialistas, curiosamente,
afirman que Jesús vino a poner fin a la religión. Esto no es tan terrible como
suena. En efecto, Jesús vino a dar por terminada la religión “tal cual era”. La religión primitiva,
la religión arcaica era, por lo general, un intento de asegurarse de que no
aconteciera nada nuevo. Esto es cierto, sin duda, de los egipcios y sus
pirámides, así como de los mayas y su calendario, y constituye también un tema
recurrente en las antiguas culturas de Oriente Medio. La gente deseaba que sus
vidas y su historia fueran predecibles y controlables, y el mejor modo para
conseguirlo era tratar de controlar e incluso manipular a los dioses. La
mayoría de las religiones enseñaban a los seres humanos los botones
espirituales que debían pulsar para que tanto la historia como Dios siguieran
siendo predecibles.
Conviene saber que, durante la mayor parte
de la historia de la humanidad, Dios no ha sido un personaje atrayente y mucho
menos encantador. En la Biblia encontramos un exponente claro de este hecho en
las denominadas "teofanías" (o acontecimientos mediante los cuales el
ser divino irrumpe en la historia). Todas ellas comienzan con las mismas
palabras: "¡No temas!". Es la frase corta que más se repite en el
texto bíblico. Cuando un ángel o Dios mismo hace acto de presencia en una vida
humana, las primeras palabras que pronuncia son sin falta. "¡No
temas!". La explicación es clara: los seres humanos han tenido siempre
miedo de Dios y, en consecuencia, también de sí mismos. Por lo general, Dios no
era "amable", y tampoco estábamos muy seguros de qué pensar sobre
nosotros.
La aparición de Dios en escena no se
consideraba una buena noticia, sino todo lo contrario. La gente se preguntaba
quién iba a morir, a quien le tocaría el castigo o qué precio habría que pagar.
La mayoría de las personas no son conscientes de que, antes de la revelación
bíblica, la humanidad no esperaba en general que Dios la amara. Aun en nuestros
días son mayoría quienes piensan que hay que ganarse el amor y la atención de
Dios, y después sienten un profundo resentimiento por ese proceso, al igual que
nos ocurre con nuestros progenitores. (No se nos ocurre otro modo de explicar
la naturaleza abrumadoramente pasiva e incluso pasivo-agresiva de muchos
cristianos practicantes).
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