jueves, 7 de junio de 2018

3.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


3.- 
Algunos especialistas, curiosamente, afirman que Jesús vino a poner fin a la religión. Esto no es tan terrible como suena. En efecto, Jesús vino a dar por terminada la religión “tal cual era”. La religión primitiva, la religión arcaica era, por lo general, un intento de asegurarse de que no aconteciera nada nuevo. Esto es cierto, sin duda, de los egipcios y sus pirámides, así como de los mayas y su calendario, y constituye también un tema recurrente en las antiguas culturas de Oriente Medio. La gente deseaba que sus vidas y su historia fueran predecibles y controlables, y el mejor modo para conseguirlo era tratar de controlar e incluso manipular a los dioses. La mayoría de las religiones enseñaban a los seres humanos los botones espirituales que debían pulsar para que tanto la historia como Dios siguieran siendo predecibles.
Conviene saber que, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, Dios no ha sido un personaje atrayente y mucho menos encantador. En la Biblia encontramos un exponente claro de este hecho en las denominadas "teofanías" (o acontecimientos mediante los cuales el ser divino irrumpe en la historia). Todas ellas comienzan con las mismas palabras: "¡No temas!". Es la frase corta que más se repite en el texto bíblico. Cuando un ángel o Dios mismo hace acto de presencia en una vida humana, las primeras palabras que pronuncia son sin falta. "¡No temas!". La explicación es clara: los seres humanos han tenido siempre miedo de Dios y, en consecuencia, también de sí mismos. Por lo general, Dios no era "amable", y tampoco estábamos muy seguros de qué pensar sobre nosotros.
La aparición de Dios en escena no se consideraba una buena noticia, sino todo lo contrario. La gente se preguntaba quién iba a morir, a quien le tocaría el castigo o qué precio habría que pagar. La mayoría de las personas no son conscientes de que, antes de la revelación bíblica, la humanidad no esperaba en general que Dios la amara. Aun en nuestros días son mayoría quienes piensan que hay que ganarse el amor y la atención de Dios, y después sienten un profundo resentimiento por ese proceso, al igual que nos ocurre con nuestros progenitores. (No se nos ocurre otro modo de explicar la naturaleza abrumadoramente pasiva e incluso pasivo-agresiva de muchos cristianos practicantes).

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