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Los
"humanos" serán el lugar en el que los ángeles ascenderán y
descenderán (Jn 1,51). Es en ellos donde la creación alcanzará conciencia plena
y libre, pero todo refleja de algún modo al Creador. Dios crea lo que, al
correr del tiempo, algunos llamarán los siete eslabones de la "gran cadena
del ser": tierra, agua, plantas, animales, seres humanos, ángeles y
santos, la divinidad misma.
La humillación que tú y yo padecemos, y
que la mayoría de las personas se niegan a admitir, es que los seres humanos
somos un amasijo de contradicciones. Somos antes que nada una bendición, pero
todos sabemos que somos una bendición ambivalente. A este estado básico de la
humanidad le damos el nombre de "pecado original", un término y una
doctrina que a muchos no les gustan. Quizá "vergüenza" original
habría descrito mejor este estado. Lo que sé es tenemos la sensación de no
estar a la altura de las circunstancias: eso es obvio.
A menudo parece como si en algún lugar
cercano a nuestro núcleo más íntimo existiera una trágica imperfección. Tanto
los dramas griegos como los de Shakespeare afirman esto mismo, y también lo
hace Pablo de una forma que desgarra el corazón (cf. Rom 7,14-25 para una
meditación al respecto).
Por desgracia, en nuestro vocabulario la
palabra "pecado" implica culpabilidad o equivocación personal, y eso
no es en absoluto lo que quiere decir esta doctrina. De hecho, el significado
preciso de la noción de pecado original es que tú “no” tienes la culpa de él, pero debes reconocer que existe una
herida y que esta afecta a “todo” el
mundo.
En este sentido, la doctrina del pecado
original debería hacernos mucho más pacientes y empáticos con la realidad.
Identifica nuestro conflicto interior, a fin de que no nos sorprendamos ni
escandalicemos cuando este se ponga de manifiesto. Esta doctrina sitúa a la
humanidad en un estadio honesto y compasivo, justo al comienzo.
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