miércoles, 6 de junio de 2018

83.- PODER BUENO Y PODER MALO


83.-
El poder bueno
El poder no puede ser inherentemente malo, porque en Hechos, en Lucas y en Pablo se usa como nombre para el Espíritu Santo, al que se describe como “dýnamis” o poder (Hch 10,38; Lc 1,35; 24,49; Rom 15,13; 1Cor 2,5). "Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros. Entonces seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).
Los seres humanos, una vez que entran en contacto con su fuente interna, devienen iconos vivos, no tanto de un mensaje verbal cuanto de la imagen divina misma (cf. Is 43,10). Se mire como se mire, eso confiere un poder seguro de sí, humilde y verdadero. Es lo que queremos decir en el fondo cuando hablamos de una persona bien fundada.
Pablo formula con acierto la estrategia divina en Rom 8,16: "El Espíritu de Dios y nuestro espíritu dan testimonio común de que realmente somos hijos de Dios". La meta es un conocimiento compartido y un poder común, iniciado y otorgado de todo en todo por Dios, como vemos dramatizado en el acontecimiento de Pentecostés (Hch 2,1-13). Al igual que la concepción en el seno de María, se trata de algo que "nos sobreviene" y lo único que podemos hacer es asentir a semejante don de poder, disfrutar y extraer vida de él. Sería necio pensar que es creación de uno mismo.
¡Para franquear el abismo infinito entre lo divino y lo humano, el plan de Dios consiste en plantar una pizca de Dios, el Espíritu Santo, cabalmente en nuestro interior! (Jr 31,31-34); Jn 14,16ss). Este es el significado preciso de la "nueva" alianza y del reemplazamiento de nuestros "corazones de piedra por corazones de carne" prometido por Ezequiel (cf. Ez 36,25-26). ¿No es algo maravilloso?
Yo diría que la inhabitación divina es “el nexo que diferencia la auténtica espiritualidad cristiana de todas las demás”. Sin embargo, como han señalado muchos, el Espíritu Santo sigue siendo la persona "perdida" o no descubierta de la Santísima Trinidad. Si no entramos en contacto con nuestro verdadero poder, el Espíritu que habita en nosotros (cf. Rom 8,9.11; 1Cor 3,16), no es de extrañar que busquemos poder en los más diversos y errados lugares.

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