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Por
regla general, quienes mejor pueden percatarse de los sistemas de creencias
realmente operativos, las redes de seguridad y las falsas ilusiones de un grupo
determinado son quienes no pertenecen a él. Quien se identifica por entero con
el grupo (léase el "empleado ejemplar") está demasiado a gusto en su
interior para ver los ídolos y los sistemas de un país o de una institución.
Esto alcanza su cima y se convierte incluso en una exigencia en la exhortación
de Jesús a amar a nuestros enemigos: ¡no a tolerarlos, sino más bien a
"amarlos", a "rezar por ellos" (Mt 5,44)! Solo cuando
amamos a nuestros críticos podemos estar abiertos a la subversiva verdad a la
que ellos a menudo dan voz, aunque únicamente se trate del diez por ciento de toda
la verdad. ¡Pero una persona sabia no desea renunciar ni siquiera a ese diez
por ciento de la verdad!
Con ello queda preparado el terreno para
una idea que aparece ya en las Escrituras hebreas: "Circuncidad vuestro
corazón... vuestro Dios nunca es parcial, nunca intentéis sobornar a vuestro
Dios. Yhwh hará justicia al huérfano y a la viuda; Yhwh ama al extranjero y le
da comida y ropa. Por consiguiente, amad también vosotros al inmigrante, porque
inmigrantes fuisteis vosotros en el país de Egipto" (Ex 22,20ss).
Los israelitas son invitados a ver siempre las cosas desde la posición
estructural del "otro", y esto se advierte a menudo en la política
orientada a la justicia que hasta la fecha desarrollan muchos judíos (otro
tanto se enseña en Lv 19,34 y Dt 10,16ss).
Así pues, el principio que rige en
realidad no es, como imaginamos: "Predica un mensaje profundo y serás
rechazado"; sino más bien: "Sé rechazado y tendrás un mensaje
profundo que predicar". Observa que los profetas son, casi por
definición, ajenos al poder establecido y siempre víctimas de persecución (Mt
5,12; 23,34). Jesús es, a buen seguro, un arquetipo de eso mismo: un laico en
apariencia inculto que, sin embargo, se alza sobre los hombros de sus
antepasados José, Job y Juan el Bautista, quienes también fueron rechazados y
perseguidos.
Algunos santos se dieron prisa en
compartir esta posición, como Francisco y Clara de Asís, Vicente de Paúl,
Benito José Labré y Simone Weil, por nombrar tan solo unos cuantos. Santa
Teresa de Lisieux lo llamaba su "pequeño camino": ella es la única
persona sin educación formal que ha sido declarada doctora de la Iglesia.
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