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Lo que logra la revelación bíblica es
básicamente una conciencia muy diferente, un yo recreado, un "trasplante
de identidad", al igual que hoy hablamos de trasplantes de riñón o de
corazón. El texto nos invita a caminar con lentitud, paso a paso, hacia una
percepción muy diferente de quiénes somos.
¡No nos pertenecemos a nosotros mismos! O
como les digo a los varones que participan en nuestros ritos de iniciación:
"Vuestra vida no gira en torno a vosotros". Avanzamos del yo menor al
Gran Yo.
San Pablo conocía bien esta experiencia.
Así, escribe: "No vivo mi propia vida, sino que es la vida de Cristo la
que vive en mí" (Ga 2,20). En el curso de tu itinerario espiritual llega
el día en que cobras conciencia de que no estás viviendo tan solo tu propia
vida. Te percatas de que otro vive en ti y a través de ti, de que eres parte de
un misterio mayor. Te das cuenta de que no eres más que una gota en un océano
mayor, y lo que sucede en el océano te sucede también a ti.
Esto te posibilita una percepción
absolutamente distinta de tu persona; a ello me refiero cuando hablo de
trasplante de identidad y es también lo que quiere decir la Biblia cuando trata
de la conversión. Como en la conversión de Pablo, se requiere bastante tiempo para que se
nos caiga la venda de los ojos (cf. Hch 9,18), pero también mucha ayuda de
extraños, como Ananías (cf. Hch 9,10ss), y largos y sosegados retiros en
Arabia (cf. Ga 1,17) [Donde además no se recoge ningún éxito].
Sin embargo, una vez convertido, nada
podía detener a Pablo. Lee 2Cor 11-12 si deseas ver a un gran ego humano (el
"yo soy" de Pablo) volcando toda su energía hacia la divinidad (el
"YO SOY"). Tal vez no sea posible tener lo uno sin lo otro.
Solo hay una cosa que necesariamente debes
saber: "¿Quién soy?". O
formulada con otras palabras: "¿Dónde
moro?". Si eres capaz de responder con acierto a esta pregunta, el
resto sigue por sí solo. Pablo la contesta sin ambages: "Estáis escondidos
con Cristo en Dios, y él es vuestra vida" (Col 3,3-4).
Cada vez que empieces a odiarte a ti
mismo, piensa: ¿Quién soy? La
respuesta llegará: "Estoy escondido con Cristo en Dios" en todas y
cada una de las partes de mi vida. Soy portador del misterio del sufrimiento de
la humanidad, de su triste condición herida, pero también soy portador de la
gloria misma de Dios e incluso "participo de la naturaleza divina"
(2Pe 1,4).
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