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Noé y
el arca del perdón
En Gn 7 puede leerse la famosa narración
de Noé y el diluvio. Fácil de imaginar, a los niños les encanta este relato.
Pero si lo dejamos para ellos, se nos escapan algunas sugerencias excelentes.
El relato es una obra maestra. Dios le dice a Noé que introduzca en el arca a
todos los animales opuestos: salvajes y domésticos, reptiles y aves, puros e
impuros, macho y hembra de cada animal (Gn 7, 2-15).
En sí, esto resulta comprensible. Pero
entonces Dios hace algo absolutamente sorprendente: ¡encierra a todos juntos en
el arca! (Gn 7,16).
La mayoría de la gente nunca se percata de
que Dios los encierra de verdad en el arca. Dios reúne todas las animosidades
naturales, todos los contrarios, y los mantiene juntos en un mismo lugar. Yo
solía pensar que era una invitación a “buscar
el equilibrio” entre los aspectos contrarios existentes en mí. Pero poco a
poco me he ido dando cuenta de que lo que de verdad nos enseña es a
"aguantar" cosas “sin
reconciliar”: dejándolas en parte irresueltas, sin darles una explicación o
un final perfectos. A los cristianos no nos han enseñado bien a vivir con
esperanza. El ego quiere siempre que la tormenta pase cuanto antes, desea
siempre tener respuestas en el acto. Pero Pablo señala certeramente: "En
esperanza somos salvados; sin embargo, una esperanza cuyo objeto se ve no es
esperanza" (Rom 8,24).
El arca es, por consiguiente, una imagen
de cómo Dios nos libera y nos refina. Es una imagen del pueblo de Dios mecido
por las olas del tiempo llevando en sí las contradicciones, facetas
contrapuestas, tensiones y paradojas de la humanidad.
Habría podido pensarse que allí dentro nos
íbamos a destrozar unos a otros hasta la muerte, algo que de cuando en cuando
hemos hecho. Pero esa reunión de contrarios se revela, en realidad, como
escuela de salvación y amor. Allí es donde estos acontecen, en honesta
comunidad y por medio de comprometidas relaciones. El amor se aprende en el
encuentro con la "alteridad", como han enseñado Martin Buber y
Emmanuel Lévinas. No es casualidad que ambos fueran filósofos judíos con una
visión del mundo modelada por la Biblia.
Con el tiempo, a esta deferencia mutua se
le dio el nombre de "perdón". "Llevad las cargas de los otros y
así cumpliréis la ley de Cristo" (Ga 6,2). El perdón se convierte en un
elemento central de la enseñanza de Cristo, porque recibir la realidad es
siempre "aguantarla", soportar el hecho de que no satisfaga todas
nuestras necesidades, si es que acaso satisface alguna. Aceptar la realidad es
perdonarla por ser lo que es.
Pienso que el perdón es el único
acontecimiento en el que uno experimenta simultáneamente tres grandes gracias:
la inmerecida bondad de Dios, la profunda bondad de aquel al que uno perdona y
la propia bondad, que es asimismo gratuita. Esa es la compensación. Ello hace
del misterio del perdón una incomparable herramienta salvífica. Verdaderamente,
nada hay como el perdón para la transformación interior; de ahí que todos los
maestros espirituales insistan en él, tanto en su faceta activa como en la
pasiva.
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