7.-
Aquí vamos a considerar la Biblia como una
compilación de numerosos libros. Si creemos en la inspiración, si aceptamos que
el Espíritu guió la escucha y redacción de estos textos, aunque, al igual que
ocurre con todo lo humano, sólo "como enigmas en un espejo" (1 Cor 13,12),
también nosotros nos dejaremos orientar. Confiaremos en que en este conjunto de
escritos acontece el desarrollo de una fundamental sabiduría divina.
Entretejidos con estas ideas en gestación se hallan "los grandes temas de
la Escritura".
Cuando nos encontramos con Jesús
resucitado, nada hay que temer de Dios. El aliento mismo del Resucitado se
identifica con el perdón y el “Shalom”
divinos (Jn 20,20-23). Si Jesús resucitado es la revelación definitiva de la
esencia divina, entonces de repente vivimos en un universo seguro y encantador.
Pero ello no se debe a que Dios haya cambiado, ni a que el Dios de Jesús sea
diferente del Dios judío, sino a que “nosotros”
maduramos a medida que recorremos los textos y profundizamos en nuestra propia
experiencia. Dios no cambia; lo que sí lo hace, y además necesita mucho tiempo
para ello, es nuestra disposición a aceptar un Dios semejante. Persevera en la
lectura del texto y en tu vida interior con Dios, y verás cómo se incrementa y
agudiza tu capacidad para comprender a Dios. Pero si lees el texto bíblico en
busca de conclusiones seguras que reafirmen rápidamente tu "falso
yo", como si cada versículo fuera una afirmación dogmática, no sólo cesará
todo crecimiento espiritual, sino que te convertirás en un ser dañino tanto
para ti mismo como para los demás.
Así como la Biblia nos lleva paso a paso a
través de numerosos etapas de la historia de la conciencia y de la salvación,
así también cada uno de nosotros necesita largo tiempo para vencer la necesidad
de pensar con esquemas dualistas, erigirnos en jueces de los demás, ser
acusadores, medrosos, inculpadores, egocéntricos e infatuados. ¡El texto en
gestación refleja y registra nuestra propia gestación, ilustrando todas estas
etapas desde el interior mismo de la Biblia! Te ofrecerá respuestas a casi
todo, unas maduras, otras inmaduras, y tendrás que aprender a diferenciar entre
ellas.
¿No constituye un consuelo saber que la
vida no es una línea recta? Eso es lo que deseamos muchos de nosotros, y además
se nos ha enseñado que así debería ser, pero aún no he conocido ninguna vida
que sea una línea recta hacia Dios. (¡Y eso que he tratado incluso a la madre
Teresa de Calcuta!). Lo vemos todo claro y, a la vez, no entendemos nada. Entra
Dios en nuestra vida y enseguida estamos luchando contra él, esquivándolo,
huyendo de su presencia. Experimentamos por un instante la comunión o intimidad
con Dios y, acto seguido, retrocedemos diciendo: "Es demasiado bueno para
ser verdad. Me lo debo estar inventando". Por fortuna, Dios, en su acción,
cuenta ya con todo ello, y eso es lo que denominamos misericordia o amor
inquebrantable.
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