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Hoy
nos enfrentamos a una crisis de sentido que muy rápidamente se convierte en una
crisis de esperanza y en una carrera por hacerse con poder exterior, prebendas
y posesiones. A mi juicio, dos actitudes destruirán el mundo: la
codicia y la violencia. Quizá parezca obvio. Esa es la razón por la que
los grandes maestros espirituales siempre te enseñarán dos cosas: primero, a
vivir un vida simple, a no tomar más de lo que te corresponde, de suerte que
sean posibles la comunión y la comunidad, la fraternidad y la sororidad.
Un buen maestro espiritual te enseñará
luego algún tipo de disciplinas interiores para sacar a la luz y sanar miedos y
agresividades interiores, que se transforman de manera bastante sencilla en
felicidad. A esto lo llamo contemplación o conciencia no dualista, algo que se
logra morando en Dios, quien a su vez ya mora en ti. Es el Espíritu Santo.
Sin embargo, muchas de aquellas cosas de
las que Jesús habló de continuo, como, por ejemplo, llevar una vida sencilla y
no violenta o el perdón y la inclusión, todavía son consideradas pensamiento
marginal por numerosos cristianos. ¡Qué extraño que seamos incapaces de ver
algo que es enseñado con tanta claridad por aquel al que consideramos nuestro
maestro! Ello debió de ser también lo que entristeció a Isaías y a Jesús: "Por
más que escuchéis, no comprenderéis, por más que miréis, no veréis"
(Is 6,9; Mt 13,14).
Lo que espero estar diciendo aquí es que
aquello que mantiene espiritualmente ciega a la gente no es tanto la mala
voluntad cuanto el hecho de que ‘nadie les ha enseñado a mirar’.
Confío en que este libro, antes que solo ‘algo a lo que mirar’, te aporte
sobre todo ‘una manera de mirar’.
En cierto sentido, Cristo siempre es
demasiado para nosotros. Él siempre "va a Galilea por delante de
nosotros" (Mt 28,7). El Cristo resucitado nos guía hacia un futuro para el
que nunca estamos preparados. Solo poco a poco nos hacemos capaces de
reciprocidad, de comunión, de pura presencia. Recuerda: la presencia no acontece en la
mente. Regresamos así a la reflexión de Eckhart Tolle de la que nos
hicimos eco al comienzo de este libro: ‘todo lo que la mente puede hacer pertenece
al antes o al después, ella no sabe cómo estar presente en el ahora’.
Esa es la gran limitación de la mente, y también la razón por la que todos los
maestros de oración te proponen métodos para ir más allá de la mente (que es lo
que significa literalmente metá-noia, conversión: "más allá de la
mente").Como siempre ha afirmado la práctica eucarística, Dios
crea la presencia real; a ello se debe probablemente que la imagen de la novia
y el novio sea utilizada por los profetas, por Juan el Bautista, por el propio
Jesús y, de forma en verdad deliciosa,
en los últimos versículos de la Biblia (Ap 19,7; 21,2.9;22,17), donde la boda
se consuma de modo simbólico. La meta última es, a todas luces, la
presencia mutua, más aún, la intimidad.
La capacidad de mutua inhabitación (o
co-inherencia) significa que la religión ha alcanzado su
finalidad plena y definitiva. ¡La novia y el novio están juntos por el mero
placer de estar juntos! La presencia es el (nudo) mudo lenguaje de la unión,
del perderse y encontrarse en el rostro del otro o en Jesús, en el aliento
mismo del Otro (Jn 20,22). Si ese es el significado esencial de la vida eterna,
¿por qué no lo ponemos en práctica ya ahora, por qué no lo disfrutamos ya
ahora, por qué no lo elegimos ya ahora? Permíteme que lo diga una vez más: ‘la
manera de recorrer el camino determina la meta a la que finalmente uno llega’.
No tienes que imaginártelo todo o
entenderlo todo por anticipado. Solamente debes perseverar en el camino. Todo
lo que puedes hacer es permanecer conectado. No sabemos cómo ser perfectos,
pero sí podemos mantenernos unidos a Dios. "Si permanecéis en mí y yo permanezco
en vosotros", nos asegura Jesús, "pediréis lo que queráis y
os será concedido" (cf. Jn 15,7). Cuando uno está conectado, ya no
existen coincidencias.
Sincronicidades, coincidencias, accidentes
y "providencias" suceden sin cesar. La unión te devuelve la armonía
con todo, y las cosas comienzan sencillamente a acontecer. No estoy en
condiciones de explicar la "química" de todo ello. Algunas personas
lo llaman "el secreto". Lo único que sé es que "el sarmiento
separado de la vid no sirve para nada" (Jn 15,5); sin embargo, unido a la
vid, da mucho fruto (cf. Jn 15,5.7). El yo verdadero, al estar en contacto con
su fuente, es perpetuamente generativo; en cambio, el falso yo se revela
frágil, menesteroso e inseguro.
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