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¡El
verdadero conocimiento espiritual es siempre un reconocimiento!
Consiste en regresar de donde partimos y, como sugiere T.S. Eliot, "conocer
el lugar por primera vez". O como dice Jacob al despertar de su
sueño: "Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía"
(Gn 28,16). Tal es, sin duda, el saber habitual de los santos, los místicos y
los pecadores convertidos.
Muchos de los itinerarios previos a este
momento son itinerarios que nos alejan del centro, itinerarios en los que
literalmente nos tornamos "ex-céntricos". Estos son los recurrentes
textos bíblicos sobre caída y recuperación, ocultación y descubrimiento,
pérdida y renovación, fracaso y perdón, exilio y retorno.
Por fortuna, siempre somos conducidos de
vuelta al verdadero centro, con vistas a que descubramos quiénes somos en
realidad, a que nos encontremos a nosotros mismos en Dios, el cual parece ser
muy paciente y muy productivo con los itinerarios que nos llevan hacia atrás y
hacia delante. Tal es la pauta del alma, de la historia y de la Biblia, un
progreso singular: dos pasos hacia atrás y tres hacia delante.
Quédate con la idea de que las parábolas
del tesoro, la perla, la red de pesca, el trigo y la cizaña, la moneda perdida,
el hijo pródigo y la oveja perdida giran todas alrededor de este tema
fundamental y, en la mayoría de los casos, la parte final es una fiesta o una
celebración. ¡Esa es una pauta bastante clara en la enseñanza de Jesús!
Esta humilde productividad y lenta
eficiencia por parte de Dios se conoce como "economía de la gracia" o
buena noticia. Aquí Dios rellena todos los huecos, todo se usa y nada se
desperdicia, ni siquiera el pecado. Lleva a una visión del mundo marcada por la
abundancia y la suficiencia. ¿Por qué querría alguien vivir en un mundo
distinto? Comprar y vender es un sucedáneo barato que siempre conduce a una
visión del mundo marcada por la escasez, el juicio crítico a los demás, el
miedo y la tacañería. ¿Por qué querría alguien vivir en un mundo así? Y, sin
embargo, eso es lo que muchos, por no decir la mayoría, quieren.
El entero movimiento de la Biblia se
dirige hacia una creciente encarnación y corporeización, hasta que el misterio
de la mutua inhabitación finalmente se experimenta y se disfruta incluso ya
aquí, en este mundo y en esta vida. Se convierte entonces en el banquete que
llamamos vida eterna o cielo. Para los cristianos, ‘Jesús, el Cristo, es el símbolo
definitivo de esta meta, esta pauta y esta corporeización divinas’:
"Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, vosotros apareceréis gloriosos
junto a él" (Col 3,4). En lo sucesivo sabemos que nuestra vida
auténtica y duradera se encuentra en el nuevo "campo de fuerzas" que
Pablo denomina cuerpo de Cristo, no en la perfección individual o privada.
Deviene más importante estar ‘conectados’ que ser individualmente
‘intachables’.
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