168.-
10.- Inhabitación mutua
"Por consiguiente, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto".
"Sed generosos y amables con
los demás, de modo análogo a como Dios lo es con vosotros".
- Dos traducciones distintas de Mt 5,48
Este versículo del Evangelio según san
Mateo, objeto de frecuentes nuevas traducciones, constituye hoy un indicador
casi perfecto de las dos mentalidades que han intentado comprender la Biblia.
La primera lo lee en términos de idealismo platónico y de moralismo basado en
el ego. Emplea un concepto matemático o divino ("perfección") y exige
su realización al ser humano. Esto lleva a los lectores a imposibles
abstracciones de carácter intelectual cuyo resultado no es sino negación,
escisión y apariencia. Interpela al sistema binario ("sí/no") de la
mente común, en el que todos perdemos, pues ninguno de nosotros es perfecto ni
lo será nunca.
También la segunda traducción coloca muy
alto el ideal, pero ahora la meta es la unión con Dios en vez de la perfección
personal. Esta traducción se debe a una mente no dualista que ya ha tenido
experiencia de la unión con Dios en algún nivel. Como tan brillantemente enseña
Ken Wilber, "lo que determina la verdad de una afirmación espiritual no es lo
que la persona dice, sino el plano desde el que lo dice". Una
persona espiritualmente madura puede usar la palabra ‘perfección’ desde la conciencia de que está hablando de la
perfección de Dios que habita en nosotros. Una persona espiritualmente inmadura
la concebirá como un logro moral alcanzable por medio de un esfuerzo aún mayor.
El nivel superior queda bien ilustrado en
el siguiente aserto paulino, que marca una transición: "Ya no busco la
perfección en virtud de mis propios esfuerzos..., sino sólo la perfección que
nace de la fe y procede de Dios... Todos los que somos llamados ‘perfectos’ debemos
pensar de ese modo" (Flp 3,9.15). Pablo define correctamente la perfección
como unión en vez de como conquista.
Nuestro objetivo no es la integridad
personal o privada, la cual, de todos modos, resulta evidentemente imposible y,
sin embargo, ha sido presentada durante siglos a los individualistas
occidentales como una meta alcanzable. Esto constituye el núcleo de nuestro
actual problema y es, en mi opinión, lo que ha propiciado el abandono masivo
del cristianismo.
En último término, el texto apunta nada
menos que al misterio total de la unión con Dios y hacia él nos guía y llama.
Solo quienes han empezado a experimentar la elección, la gracia, el perdón, el
amor, la unión y la relación usarán adecuadamente la Biblia. Sin el trasfondo
de tales experiencias, la Biblia ha sido y es para la humanidad mucho más un
problema que un don de cualquier tipo. Se queda en mero odre, aún sin vino. Se
convierte en enaltecimiento del ego y munición para el ego en vez de describir
ese movimiento hacia delante y hacia atrás que fue la originaria travesía
hebrea por el desierto y es lo que san Buenaventura llama "el itinerario del alma
hacia Dios".
Pero si la unión con Dios es la meta
segura, intentemos ahora ver primero cómo el final se encontraba ya en el
inicio y trazar luego la senda que lleva de uno a otro.
Me gustaría usar aquí un relato que he
contado a menudo. Se trata, según parece de la historia verídica de la llegada
a casa desde el hospital de un recién nacido. El otro hijo de la familia, un
precoz niño de cuatro años, les dice a sus padres: "Quiero hablar con mi
nuevo hermanito". La edad comprendida entre los tres y cuatro años se
suele se suele concebir como una época mágica, en la que uno no ha accedido aún
al tipo de conciencia determinado por el hemisferio izquierdo. El niño vive
todavía en un universo encantado; todavía es posible comprender el misterio
(esta es, probablemente, la razón por la que Jesús ensalza la
"receptividad" de los niños). Sea como fuere, el pequeño aclara
luego: "A solas".
Pese a su sorpresa, los padres dejaron que
el niño de cuatro años se quedara solo con el recién nacido en la habitación
donde estaba la cuna y pegaron la oreja a la puerta. Querían proteger al bebé
de cualquier posible daño fruto de la rivalidad entre hermanos, aunque también
les picaba la curiosidad de escuchar lo que aquel mocoso de cuatro años iba a
decir. Esta es la esencia de lo que, según se cuenta, oyeron: "Rápido,
dime quién te hizo. Dime de dónde vienes. ¡Estoy empezando a olvidarlo!".
Verídico o no, este relato ilustra lo que
quiero señalar aquí. El recién nacido representa a esos "pequeños" a
los que Jesús tanto ensalza. El niño de cuatro años nos representa a todos
nosotros, atrapados entre el saber y el olvido y deseosos de conocer de nuevo.
Mi supuesto de partida en todo este libro es el mismo que el de Juan en su
primera carta: "No os escribo porque desconozcáis la verdad, sino porque ya la
conocéis" (1Jn 2,21). "Hay un Cognoscente Interior llamado
Espíritu Santo" (Jn 14,17).
No hay comentarios:
Publicar un comentario