martes, 5 de junio de 2018

166.- EL MISTERIO DE LA CRUZ


166.- 
La cruz como programa
Todo gira alrededor de la cruz de Jesucristo. La cruz trata de cómo luchar sin convertirse uno mismo en víctima. La cruz tiene que ver con ser la victoria en vez de limitarse a obtener una victoria. Es una forma de triunfar que trata de hacer partícipes del triunfo incluso a los adversarios.
La cruz tiene que ver con el rechazo de todo escenario simplista de ganadores y perdedores (lo que a veces se conoce como juego de suma cero) y con la búsqueda de un posible escenario donde todos ganen (juego de suma positiva). La cruz es negarse a odiar, a tener necesidad de derrotar al otro, porque eso no sería sino perpetuar el mismo patrón y responder con violencia a la violencia, permaneciendo dentro de la inexorable rueda que el mundo siempre ha considerado normal.
La cruz dice muy claramente que hay que hacer frente al mal, pero también que uno debe estar dispuesto a soportar la tensión, la ambigüedad, el dolor que ello conlleva en lugar de insistir    en que los demás hagan lo mismo. "Resístete al mal y véncelo con el bien" (Rom 12,21). La cruz nos traslada al casi universal mito de la violencia redentora a un nuevo escenario de sufrimiento redentor.
En la cruz de la vida aceptamos nuestra propia complicidad y cooperación con el mal en vez de imaginar que nos encontramos sobre algún pedestal de superioridad moral. Jesús se identifica con lo que luego enseñará Pablo: "Todos pecaron" (Rom 5,12), y el Cordero de Dios tuvo la humildad de "hacerse pecado" (2 Cor 5,21) con nosotros, mientras que nosotros pretendemos estar por encima de todo ello.
El misterio de la cruz nos enseña a ‘hacer frente’ al odio sin ‘convertirnos’ en odio, a oponernos al mal sin convertirnos nosotros mismos en mal. ¿Puedes sentirte ti mismo estirándote en ambas direcciones: hacia la bondad de Dios y hacia la admisión de tu complicidad en el mal? Si te miras a ti mismo en ese momento, te sentirás crucificado. ‘Cuelgas entremedias’, sin solución, con tu vida como una paradoja, sostenido en la esperanza por Dios (Rom 8,23-25).
El objetivo de la no-violencia estriba siempre en alcanzar una verdadera comprensión del supuesto oponente, no su humillación o derrota. Y ello, para facilitar la reconciliación, pero también para percatarme, probablemente con tristeza, de que yo, al igual que Jesús, debo pagar un precio por esa reconciliación, por ese "hacer de dos uno", como tan poéticamente lo formula la Carta a los Efesios (Ef 2,13-18). ¡Toda religión hace, en sus mejores momentos, de dos uno!

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