martes, 5 de junio de 2018

165.- EL MISTERIO DE LA CRUZ



165.- 
Nuestra belicosa historia cristiana ha contribuido a evidenciar esta esencial dificultad. Si Dios resuelve problemas por medio de la dominación, la coerción y la exigencia violenta, también nosotros podemos actuar así. La gracia, la misericordia y la generosidad eternas dejan de ser la forma misma de Dios, a diferencia de lo que da a entender la naturaleza trinitaria de Dios. El libre arbitrio, la gracia y el amor devienen menos admirables que una justicia cósmica, una ley y una obediencia ciega de índole teórica. Terminamos empequeñeciendo mucho a Dios y arrastrando a la divinidad hacia nuestra propia necesidad -dictada por el ego- de retribución, decisión judicial y castigo. ¡Eso, sin embargo, es justamente lo que Jesús vino a corregir!
“¡Si Dios puede perdonar, entonces Dios puede perdonar! No tiene sentido que exista una importante salvedad que haga necesaria la expiación y el pago de un rescate”. Pero la religión teórica siempre se ha sentido más cómoda con la resolución de ingentes problemas que con la sumisión de la persona al misterio sanador y transformador del amor divino. La sanación y el perdón no han ocupado el primer plano de la historia cristiana, aunque esas son casi las únicas actividades a las que se dedica Jesús.
El pensamiento sacrificial es inherente al ser humano y ha sido tan glorificado en el mito, el ego y la guerra que la mayoría de las personas son incapaces de vivir sin alguna forma cruenta de expiación y venganza a la hora de resolver los problemas. Pero si incluso la divinidad necesita ser aplacada y exige expiación y víctimas, entonces estamos en un sistema por completo cerrado de ‘violencia’ supuestamente ‘redentora’. Justo esas son las ofrendas "inútiles" contra las que claman la mayoría de los profetas y muchos de los salmos (Sal 40, 51, 69).
Siempre llama la atención el hecho de que muchos católicos, así como quienes conocen mayormente a través del relato, la imagen interior, la oración y el arte, no estén tan embebidos de una u otra teoría sacrificial de la expiación como quienes comienzan y terminan por los libros y los textos. De hecho, un buen número de católicos dirán: "¿Qué es eso de la teoría de la expiación?". ¡La mayoría ni siquiera se enfadan si la niegas!
Tenemos una opinión bien definida de por qué ocurre esto. Aunque los dominicos se impusieron formalmente en el debate del siglo XIII y los protestantes los siguieron en gran medida, quien en realidad ganó fue Dios: a través de las numerosas personas que aprendieron a orar, contemplar y escuchar. Sencillamente contemplaron el crucifijo durante el tiempo suficiente... ‘y entendieron’. Entendieron que todo estaba en orden. Entendieron que "Jesús murió por nuestros pecados", pero no a través de una necesaria transacción divina ni de convincentes citas bíblicas. ‘Lo entendieron contemplando al que atravesamos’, orando desde un lugar donde se precisa misericordia, abriéndose al Amor que los transformó de modo ascendente, desde abajo hacia arriba.
No necesitaron ninguna teoría de carácter descendente, esto es, una explicación que transcurre desde arriba hacia abajo. Dios los miró a través de los ojos sufrientes y tristes de Jesús, y ellos le devolvieron la mirada, alzando sus propios ojos. La redención aconteció de nuevo. Estar abajo (to stand under) sigue siendo la mejor manera de comprender (to understand). No es necesario creer en una teoría para conocer el amor de Dios.

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