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Nuestra
belicosa historia cristiana ha contribuido a evidenciar esta esencial
dificultad. Si Dios resuelve problemas por medio de la dominación, la coerción
y la exigencia violenta, también nosotros podemos actuar así. La gracia, la
misericordia y la generosidad eternas dejan de ser la forma misma de Dios, a
diferencia de lo que da a entender la naturaleza trinitaria de Dios. El libre
arbitrio, la gracia y el amor devienen menos admirables que una justicia
cósmica, una ley y una obediencia ciega de índole teórica. Terminamos
empequeñeciendo mucho a Dios y arrastrando a la divinidad hacia nuestra propia
necesidad -dictada por el ego- de retribución, decisión judicial y castigo.
¡Eso, sin embargo, es justamente lo que Jesús vino a corregir!
“¡Si Dios puede perdonar, entonces
Dios puede perdonar! No tiene sentido que exista una importante salvedad que
haga necesaria la expiación y el pago de un rescate”. Pero la religión
teórica siempre se ha sentido más cómoda con la resolución de ingentes
problemas que con la sumisión de la persona al misterio sanador y transformador
del amor divino. La sanación y el perdón no han ocupado el primer plano de la
historia cristiana, aunque esas son casi las únicas actividades a las que se
dedica Jesús.
El pensamiento sacrificial es inherente al
ser humano y ha sido tan glorificado en el mito, el ego y la guerra que la
mayoría de las personas son incapaces de vivir sin alguna forma cruenta de
expiación y venganza a la hora de resolver los problemas. Pero si incluso la
divinidad necesita ser aplacada y exige expiación y víctimas, entonces estamos
en un sistema por completo cerrado de ‘violencia’
supuestamente ‘redentora’. Justo esas
son las ofrendas "inútiles" contra las que claman la mayoría de los
profetas y muchos de los salmos (Sal 40, 51, 69).
Siempre llama la atención el hecho de que
muchos católicos, así como quienes conocen mayormente a través del relato, la
imagen interior, la oración y el arte, no estén tan embebidos de una u otra
teoría sacrificial de la expiación como quienes comienzan y terminan por los
libros y los textos. De hecho, un buen número de católicos dirán: "¿Qué es
eso de la teoría de la expiación?". ¡La mayoría ni siquiera se enfadan si
la niegas!
Tenemos una opinión bien definida de por
qué ocurre esto. Aunque los dominicos se impusieron formalmente en el debate
del siglo XIII y los protestantes los siguieron en gran medida, quien en
realidad ganó fue Dios: a través de las numerosas personas que aprendieron a
orar, contemplar y escuchar. Sencillamente
contemplaron el crucifijo durante el tiempo suficiente... ‘y entendieron’. Entendieron que todo estaba en orden.
Entendieron que "Jesús murió por nuestros pecados", pero no a través
de una necesaria transacción divina ni de convincentes citas bíblicas. ‘Lo entendieron contemplando al que
atravesamos’, orando desde un lugar donde se precisa misericordia,
abriéndose al Amor que los transformó de modo ascendente, desde abajo hacia
arriba.
No necesitaron ninguna teoría de carácter
descendente, esto es, una explicación que transcurre desde arriba hacia abajo.
Dios los miró a través de los ojos sufrientes y tristes de Jesús, y ellos le
devolvieron la mirada, alzando sus propios ojos. La redención aconteció de
nuevo. Estar abajo (to stand under)
sigue siendo la mejor manera de comprender (to
understand). No es necesario creer en una teoría para conocer el amor de Dios.
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