martes, 5 de junio de 2018

164.- EL MISTERIO DE LA CRUZ


164.- 
¿Quién necesita cambiar de opinión?
Digámoslo una vez más en lenguaje franciscano: ‘Jesús no vino a cambiar la opinión de Dios sobre el mundo, sino para cambiar la opinión de la humanidad sobre Dios’. Esto fundamenta el cristianismo en el amor y la libertad desde el comienzo mismo; crea una religión muy coherente y sumamente atrayente, que guía a las personas hacia vidas de profundidad interior, oración, reconciliación, sanación e incluso unión, en lugar de hacia la mera expiación sacrificial. ¡En el Calvario nada "cambió" pero ‘todo’ fue revelado, a fin de que ‘nosotros’ pudiéramos cambiar!
Con ello tenemos una vigorosa base para un cristianismo místico y desbordante de alegría, tal como el cristianismo siempre lo ha preferido. Una teoría no violenta de la expiación afirma que Dios no es alguien a quien tengamos que temer o de quien debamos desconfiar. ("Si Dios exige un violento sacrificio cruento de su único Hijo, ¿qué no me pedirá a mí?"). Nuestro único deseo es "caer en las manos de un Dios así de vivo y amoroso" (Hb 10,31). Pero al igual que en ese juego en el que nos dejamos caer de espaldas confiando en que el compañero que está detrás nos sostendrá, primero es necesario que nos fiemos de aquel hacia el que vamos a caer.
Para nosotros, Jesús es el mediador de un cristianismo que tiene mucho más que ver con la unión con Dios que con una contraprestación exigida o con la solución a un problema mayúsculo. Una religión "con tan poca gracia" nos ha llevado únicamente a una suerte de falsa idealización del autosacrificio egoísta, a un universo de justicia retributiva basado en el principio del ‘quid pro quo’ que Jesús nunca enseñó e incluso rechazó: «Id a aprender lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios". No vine a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13). ¡Después de todo, los terroristas suicidas son mucho más sacrificados que nosotros, pero en ellos no hay amor (1Cor 13,3).
Jesús fue precisamente el sacrificio realizado "de una vez para siempre" con objeto de revelar la mentira y el sinsentido tanto de la noción como de la necesidad de religión "sacrificial". Eso es en gran parte lo que quiere resaltar Hebreos 10, como podrás comprobar si estás dispuesto a leerlo con ojos nuevos. Pero esos patrones regresivos y sacrificiales los perpetuamos en tanto en cuanto convertimos a Dios en el Gran Sacrificador y basamos la noción de redención divina en una suerte de "violencia necesaria".
¿Acaso Dios no lo puede hacer mejor? ¿O es que lo que nos atrae hacia una teoría de la expiación tan violenta es la necesidad de legitimar nuestro propio deseo, ora consciente, ora inconsciente, de ser violentos? ¿No es el poder dominador el modo de abordar los problemas que ‘humanamente’ preferimos? (¡Esta pregunta ‘no podemos por menos’ de planteárnosla!). La teoría de la redención basada en la violencia legitimó la resolución punitiva y violenta de problemas en todos los ámbitos: ¡desde el papado a la educación en la familia! Con el tiempo terminó produciéndose una enorme desconexión entre el relato fundacional y el mensaje del propio Jesús.
Si incluso Dios emplea y necesita la violencia, entonces es posible que Jesús no dijera en serio lo que afirmó en el Sermón del monte y, por consiguiente, no tenemos por qué llevar a la práctica sus palabras. Recuerda: la ‘manera’ de recorrer el camino determina la meta a la que uno finalmente llega.

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