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Gran
parte de la historia ha estado determinada por personas poderosas que nos han
dicho a quienes teníamos que temer y odiar. Millones y millones de soldados han
dado la única vida que tenían por haberse creído las mentiras de Gengis Khan,
Napoleón, Stalin, Pol Pot o Hitler, por nombrar tan solo unos cuantos. ¡Si no
hubiesen creído a los "señores de la época" y hubiesen mirado a la
víctima a la que se enseñó a temer y odiar en la Palestina del siglo I! Jesús
nos ofreció lo que algunos (James Alison) llaman la "inteligencia de la
víctima", una inteligencia singular que nace de lo inferior, lo
lateral y lo marginal de la historia. Ese es el escondite de Dios, parecen
decirnos las Escrituras.
Jesús quita el pecado del mundo
desenmascarándolo antes de nada como distinto de lo que imaginábamos y
mostrándonos que nuestra pauta de asesinar, atacar y culpabilizar sin saber lo
que hacemos constituye, en efecto, la principal ilusión vana de la historia, la
principal mentira de esta. Luego, comparte con nosotros un gran amor
participativo, que nos posibilita deponer por completo el odio. Después de
Jesús, la partida ha terminado, al menos para aquellos que han mirado el tiempo
suficiente.
Todos hemos tenido que encarar la
embarazosa verdad de que ‘nosotros mismos’
somos nuestro principal problema. Nuestra mayor tentación estriba en intentar
cambiar a otras personas en vez de cambiar nosotros. ¡Jesús accedió a ser
transformado ‘él mismo’ y así
transformó a otros!
He aquí lo que las tres imágenes
transformadoras, que convergen en la imagen del hombre-Dios crucificado, pueden
obrar en el alma:
1.- El chivo expiatorio: la espeluznante
revelación de la esencial mentira humana que subyace en la mayor parte del
miedo, el odio y la violencia. Mientras proyectemos nuestro mal a cualquier
otro lugar, no podremos sanarlo aquí... ‘ni’
allí.
2.- El cordero pascual: la sorprendente
revelación de que no tenemos que desprendernos tanto de las llamadas cosas
malas cuanto de lo que aparentemente es bueno y nos hace sentir fuertes, seguros
y superiores. Este es el "cordero" que debe ser sacrificado, un bien
aparente.
3.- El "atravesado" al que
debemos contemplar:
a) Acceso a -y perdón de- nuestra propia humanidad en cuanto herida y,
sin embargo, al mismo tiempo resucitada.
b) Reformulación de la imagen de Dios: de Dictador omnipotente a Amante
participativo.
c) Comprensión efectiva tanto del mecanismo del chivo-expiatorio como
del cordero pascual.
d) Liberación de inmensas reservas de compasión, solidaridad y perdón de
nosotros mismos, de los demás, de la historia e incluso de Dios.
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