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La segunda imagen, la del "Elevado",
está tomada de Moisés y la serpiente de bronce en el desierto que se convirtió
en símbolo de médicos, farmacéuticos y curanderos. En el libro de los Números,
Yahvé ordena a Moisés colocar una serpiente en un estandarte: "Los
mordidos de serpiente quedan sanos al mirarla" (Nm 21,8). ¡Aquello mismo
que los está matando hará que sanen!
Hay en el crucifijo algo de imagen ‘homeopática’, como esos medicamentos
que le inoculan a uno la dosis justa de la enfermedad, de modo que pueda
desarrollar resistencia frente a ella y quede curado. ‘La cruz revela de forma
dramática el problema del asesinato cometido por desconocimiento de causa, para
inmunizar contra la posibilidad de incurrir nosotros en lo mismo’.
La historia de la salvación parece
conducir a las personas justo a la oscuridad de la que intentan salir. Allí
descubren la verdadera índole de esa oscuridad y aprenden a disiparla desde
dentro. Esto es lo que Juan entiende que Jesús está haciendo en la cruz (Jn
3,13; 8,28; 12,31; 19,37).
Jesús se convierte en el problema
aparente, pero también en la cura homeopática para ese problema, en tanto en
cuanto lo desenmascara dramáticamente, "lo hace desfilar en público en su
marcha triunfal" (Col 2,15) ante aquellos que tienen ojos para ver, y nos
invita a contemplar todo esto con comprensión marcada por la empatía. Esto es,
creo yo, "la sabiduría que ningún príncipe de este mundo conoció; pues de
haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria" (1Cor
2,8). Es sorprendente que todavía estemos tan dispuestos a confiar en los
señores de la época en vez de en el Crucificado.
Esta profunda mirada al misterio del
sufrimiento humano y divino se encuentra en el profeta Zacarías en un texto muy
elocuente que se ha convertido en una profecía sobre el poder transformador de
las víctimas de la historia. Llama a Israel a "mirar al traspasado y hacer
duelo por él como por un hijo único... a llorarle como se llora a un
primogénito" (Zac 12,10), y "de ese duelo" (expresión que se
repite hasta cinco veces) brotará "un espíritu de bondad y oración"
(Zac 12,10) y "un manantial" (Zac 13,1; 14,8).
Esto es lo que tal vez hoy llamaríamos
"trabajo de duelo", o sea, soportar el misterio del dolor y mirarlo
de frente, para aprender hondamente de él, lo que por regla general lleva a una
compasión y una comprensión recién descubiertas y asombrosas. El movimiento de
creación de residencias para enfermos terminales y la existencia en muchas
Iglesias de ministerios para ayudar a afrontar la pérdida de seres queridos
muestran que esto es cierto. No obstante, mira cuanto tiempo hemos necesitado para
redescubrir esta sabiduría.
Creo que somos invitados a contemplar la
imagen del Crucificado ‘a fin de predisponer el corazón hacia Dios
y de cobrar conciencia de que el corazón de Dios siempre ha estado predispuesto
hacia nosotros, incluso -y muy especialmente- cuando sufrimos’. Esto nos predispone hacia nosotros
mismos y hacia todos cuanto sufren.
El Evangelio de Juan parece verlo de este
modo, pues cita uno de los versículos de Zacarías en la escena de la
crucifixión (Jn 19,37) y parece referirse a él cuando habla de que "de sus
entrañas manarán ríos de agua viva" (Jn 7,38). El soldado atraviesa el
costado de Jesús y de él brota sangre y agua (Jn 19,34). Recuerda: estas son
dos imágenes "marcapáginas": la sangre como precio del desasimiento y
el agua como invitación a la unión y a dejarse alimentar por Dios. Imágenes
como estas han sido fundamentales para muchos, por no decir para la mayoría de
los místicos católicos. No pueden carecer de relevancia para el alma.
Estoy del todo de acuerdo con C.G. Jung
cuando afirma que la transformación en los niveles profundos acontece en presencia de
imágenes antes que de conceptos. Esto, en mi opinión, constituye una
dificultad tanto para el protestantismo como para el islam. El buen arte parece
absolutamente esencial para que la religión sea saludable. Los judíos cultivan
el "arte" de la narración y el midrás.
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