martes, 5 de junio de 2018

157.- EL MISTERIO DE LA CRUZ


157.- 
Al igual que la mayoría de las cosas espirituales, lo anterior no se puede entender con una mente racional o dualista, sino solo en el plano del alma. Se trata de una imagen y un mensaje transformadores que reorganizan por entero la realidad de uno y su idea de la naturaleza misma de Dios. «Al mal no se le vence atacándolo, ni siquiera evitándolo, sino a través de la unión en un plano superior. ¡No se le derrota por medio de la lucha ni la huida, sino más bien por medio de la "fusión"!».
«En Jesús confluyen tres imágenes sagradas de sanación: el cordero pascual, que es la presentación de la víctima inocente (Ex 12); el "Elevado", que es la cura homeopática de la víctima (Nm 21,6-9); y por último, el rito del chivo expiatorio, donde tenemos la presentación de la víctima rechazada (Lv 16), a la que, cargada con nuestros pecados, expulsamos a golpes al desierto, para que muera allí».
1.- El estado de víctima ha sido el tormento de la mayoría de las personas que han vivido en esta tierra; así, en los tres casos vemos a Jesús identificarse con la humanidad en su nivel más crítico y vulnerable. Es mucho más, según parece, Dios en solidaridad con el dolor del mundo que el Omnipotente que, con un solo gesto de la mano, elimina todo dolor. Examinemos lo anterior con más detenimiento, a fin de desentrañar estas tres ricas imágenes de compasión y transformación.
Durante la celebración del Jueves Santo año tras año leemos Ex 12,1-14. Este texto les dice a todas las familias israelitas que cada año, el diez del mes de nisán, deben escoger un cordero añal incólume, sin mancha ni defecto, y llevarlo a casa, para luego, el día 14 del mes, sacrificarlo.
Si tienes niños en casa, sabrás qué es lo que ocurre cuando uno tiene en casa cuatro días un precioso corderillo. Los niños se prendan de él y probablemente hasta le ponen nombre. El corderillo se convierte en parte de la familia. Así, en la conmemoración de la Pascua tenemos una imagen de la muerte de algo bueno, inocente e incluso amado.
¿Qué podría simbolizar esto? Personalmente pienso que se trata de una imagen del ego o del falso yo, que siempre se siente bueno, digno e incluso inocente. Lo que tiene que morir no es algo que parece malo, sino, de hecho, algo que se asemeja a "mi". Es exactamente quien pienso que soy, lo que considero necesario para mi identidad, aquello sin lo que no puedo vivir. «¡Son estas cosas aparentemente buenas y esenciales las que, cuando nos desasimos de ellas, nos llevan a penetrar en niveles de vida mucho más profundos!»
Jesús clavado en la cruz no es una imagen de la muerte del yo malo, sino, de hecho, del yo que se nos antoja esencial, digno y necesario, pero que, en realidad, no es necesario bajo ningún concepto. Es la imagen de Jesús, quien solamente tenía treinta y tres años y apenas había comenzado a llevar a cabo su misión, el Jesús malentendido y malinterpretado, el Jesús oprimido. Él podría haber aducido toda clase de sólidos argumentos de justicia. Tenía razones de sobra para jugar la carta de la víctima o la de la culpabilización, pero no estaba apegado a este yo falso y mezquino. En tus grandes momentos de conversión descubrirás que esto es cierto. Es invariablemente el profundo apego que sentimos por ese falso y pasajero yo lo que nos lleva a nuestras más vanas ilusiones, incluso a nuestros pecados. Y cabalmente es este "cordero" el que tiene que ser sacrificado: la imagen de nosotros mismos como inocentes, dignos y autosuficientes.
Para entender a Jesús de un modo totalmente nuevo, primero hay que saber que ‘Cristo’ no es su apellido, sino la transformada identidad que adquiere a raíz de la resurrección y con la que arrastra consigo a la humanidad y al resto de la creación por su dulce senda. Jesús ‘se convirtió’ en el Cristo y nos incluyó en su propia identidad.
Esa es la razón por la que Pablo acuña la expresión "cuerpo de Cristo", que claramente nos engloba a todos nosotros. Así pues, piensa en el buen Jesús, quien tiene que morir a lo que se asemeja a él, a fin de poder resucitar como el Cristo. «Quien debe morir en la cruz no es un hombre "malo", sino un hombre bueno ("falso yo"), a fin de que pueda convertirse en un hombre mucho más grande ("verdadero yo")». Jesús muere, Cristo se alza. El falso yo no es el yo malo; sencillamente ‘no’ es el verdadero yo. Es inadecuado y, por consiguiente, menesteroso y pequeño. Está simbolizado por el cuerpo humano de Jesús, del que él se desprendió.

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