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Al
igual que la mayoría de las cosas espirituales, lo anterior no se puede
entender con una mente racional o dualista, sino solo en el plano del alma. Se
trata de una imagen y un mensaje transformadores que reorganizan por entero la
realidad de uno y su idea de la naturaleza misma de Dios. «Al mal no se le vence
atacándolo, ni siquiera evitándolo, sino a través de la unión en un plano
superior. ¡No se le derrota por medio de la lucha ni la huida, sino más bien
por medio de la "fusión"!».
«En Jesús confluyen tres imágenes
sagradas de sanación: el cordero pascual, que es la presentación de la víctima
inocente (Ex 12); el "Elevado", que es la cura homeopática de la
víctima (Nm 21,6-9); y por último, el rito del chivo expiatorio, donde tenemos
la presentación de la víctima rechazada (Lv 16), a la que, cargada con nuestros
pecados, expulsamos a golpes al desierto, para que muera allí».
1.- El estado de víctima
ha sido el tormento de la mayoría de las personas que han vivido en esta
tierra; así, en los tres casos vemos a Jesús identificarse con la humanidad en
su nivel más crítico y vulnerable. Es mucho más, según parece, Dios en
solidaridad con el dolor del mundo que el Omnipotente que, con un solo gesto de
la mano, elimina todo dolor. Examinemos lo anterior con más detenimiento, a fin
de desentrañar estas tres ricas imágenes de compasión y transformación.
Durante la celebración del Jueves Santo
año tras año leemos Ex 12,1-14. Este texto les dice a todas las familias
israelitas que cada año, el diez del mes de nisán, deben escoger un cordero
añal incólume, sin mancha ni defecto, y llevarlo a casa, para luego, el día 14
del mes, sacrificarlo.
Si tienes niños en casa, sabrás qué es lo
que ocurre cuando uno tiene en casa cuatro días un precioso corderillo. Los
niños se prendan de él y probablemente hasta le ponen nombre. El corderillo se
convierte en parte de la familia. Así, en la conmemoración de la Pascua tenemos
una imagen de la muerte de algo bueno, inocente e incluso amado.
¿Qué podría simbolizar esto? Personalmente
pienso que se trata de una imagen del ego o del falso yo, que siempre se siente
bueno, digno e incluso inocente. Lo que tiene que morir no es algo que parece
malo, sino, de hecho, algo que se asemeja a "mi". Es exactamente
quien pienso que soy, lo que considero necesario para mi identidad, aquello sin
lo que no puedo vivir. «¡Son estas cosas aparentemente buenas y
esenciales las que, cuando nos desasimos de ellas, nos llevan a penetrar en
niveles de vida mucho más profundos!»
Jesús clavado en la cruz no es una imagen
de la muerte del yo malo, sino, de hecho, del yo que se nos antoja esencial,
digno y necesario, pero que, en realidad, no es necesario bajo ningún concepto.
Es la imagen de Jesús, quien solamente tenía treinta y tres años y apenas había
comenzado a llevar a cabo su misión, el Jesús malentendido y malinterpretado,
el Jesús oprimido. Él podría haber aducido toda clase de sólidos argumentos de
justicia. Tenía razones de sobra para jugar la carta de la víctima o la de la
culpabilización, pero no estaba apegado a este yo falso y mezquino. En tus
grandes momentos de conversión descubrirás que esto es cierto. Es
invariablemente el profundo apego que sentimos por ese falso y pasajero yo lo
que nos lleva a nuestras más vanas ilusiones, incluso a nuestros pecados. Y
cabalmente es este "cordero" el que tiene que ser sacrificado: la
imagen de nosotros mismos como inocentes, dignos y autosuficientes.
Para entender a Jesús de un modo
totalmente nuevo, primero hay que saber que ‘Cristo’
no es su apellido, sino la transformada identidad que adquiere a raíz de la
resurrección y con la que arrastra consigo a la humanidad y al resto de la
creación por su dulce senda. Jesús ‘se
convirtió’ en el Cristo y nos incluyó en su propia identidad.
Esa es la razón por la que Pablo acuña la
expresión "cuerpo de Cristo", que claramente nos engloba a todos
nosotros. Así pues, piensa en el buen Jesús, quien tiene que morir a lo que se
asemeja a él, a fin de poder resucitar como el Cristo. «Quien debe morir en la cruz no
es un hombre "malo", sino un hombre bueno ("falso yo"), a
fin de que pueda convertirse en un hombre mucho más grande ("verdadero
yo")». Jesús muere, Cristo se alza. El falso yo no es el yo malo;
sencillamente ‘no’ es el verdadero
yo. Es inadecuado y, por consiguiente, menesteroso y pequeño. Está simbolizado
por el cuerpo humano de Jesús, del que él se desprendió.
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