martes, 5 de junio de 2018

156.- EL MISTERIO DE LA CRUZ


156.- 
Jesús quita el pecado del mundo poniendo dramáticamente al descubierto en qué consiste el verdadero pecado del mundo (atacar y matar por desconocimiento, no la violación de los códigos de pureza), desmarcándose de la pauta habitual de atacar y matar en represalia y, de hecho, "devolviendo sus maldiciones con bendiciones" (Lc 6,27), enseñándonos por último, que podemos "seguirle" si hacemos otro tanto.
Llegados a este punto, la tragedia humana termina, al menos al modo de "levadura", que es justo lo que Jesús ofrece. Ha puesto en marcha lo inevitable. Tanto la mentira como la estrategia han sido desenmascaradas merced a una conveniente acción por parte de Dios. No se trata de que Jesús realice en el cielo alguna clase de magia para "salvar al mundo del pecado y la muerte". No, Jesús lleva a cabo una suerte de magia en la historia con miras a reorientar para siempre la dirección de esta. Jesús no hace que el Padre cambie de opinión sobre nosotros; no, lo que transforma es lo que nosotros pensamos sobre qué es real y qué no.
Seguramente conoceréis esas estatuillas de los tres monos sabios. "No mirar nada malo, no oír nada malo, no decir nada malo", con cada uno de os monos cubriéndose la parte del cuerpo correspondiente. Es un buen consejo, y es justo que lo procuremos hacer.
Pero ese no es en absoluto el plan de Dios para vencer el mal. Él no vino para ofrecernos meramente fuerza de voluntad y una íntegra educación moral. Eso es más propio del confucianismo que del cristianismo. No hay nada malo con el intelecto y la voluntad, pero si comparamos la imagen de los tres monos sabios con la de Jesús crucificado podemos percibir la enorme diferencia existente entre ambas. La imagen de los monos transmite una buena y convencional sabiduría; la cruz es una sabiduría absolutamente subversiva procedente de Dios.
En la cruz, Jesús se identifica con el problema humano, el pecado, la oscuridad. Se niega a estar por encima o al margen del dilema humano. Además rehúsa tomar a otros por chivos expiatorios y, en lugar de ello, se convierte él mismo en un chivo expiatorio personificado. En palabras de san Pablo: "Cristo, sometiéndose a la maldición, nos rescató de la maldición" (Ga 3,13). O También: "Al que no conocía el pecado Dios lo hizo pecado, a fin de que en él [¡conjuntamente con él!] pudiéramos convertirnos en la bondad misma de Dios" (2Cor 5,21). ¡Caray! ¡Basta con que contemples este misterio durante unos cuantos años!

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