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No
es ninguna sorpresa que María se haya convertido en icono de la oración para
tantas personas tanto en el cristianismo ortodoxo como en el católico, así como
en numerosas órdenes religiosas, aun cuando la Biblia no menciona que
"orara". Lo que más se aproxima a ello es esta frase de Lucas:
"María conservaba y meditaba todo en su corazón" (Lc 2,19.52).
¿Por qué? Porque cada vez que oras, es el
Dios que hay en ti quien está diciendo que ores. Ni siquiera desearías orar si
no fuera por el Dios que hay en ti. Es el Dios que hay en ti quien ama a Dios,
quien desea a Dios, quien busca a Dios (Rom 8,14-27). Cada vez que eliges a
Dios en algún plano, Dios acaba de elegirte a ti en el nanosegundo anterior, y
tú de algún modo has permitido ser elegido... ¡y has respondido a esa elección!
(Jn 15,16).
No sabemos decir "sí" por
nosotros mismos. ¡Nos limitamos a "secundar la moción"! Hay
una parte de ti que siempre dice "sí" a Dios: se trata del Espíritu
Santo que está dentro de ti. Primero Dios dice "sí" en
nuestro interior, y luego nosotros decimos: "¡Ah, sí!, pensando que brota
de nosotros. En otras palabras, Dios nos recompensa por dejar que Dios nos
recompense. Reflexiona sobre esto, quizá durante el resto de tu vida.
¿Estamos alguna vez preparados para
semejante gracia? Probablemente no, pero al final de la Biblia vemos a la nueva
Jerusalén que desciende inmerecida e indeseada, sin que quienes han de
recibirla estén preparados para ello (Ap 21,2). Es por entero don de Dios.
Después de toda una Biblia de guerrear, discutir, proteger, acumular méritos y
competir, de comprar y vender a Dios, finalmente el don nos es concedido y
entregado sin más. La nueva Jerusalén desciende de los cielos de forma
gratuita, sin garantía alguna.
No obstante, estoy convencido de que la
lucha es buena e incluso necesaria. La lucha cincela dentro de nosotros el
espacio para el deseo profundo. Dios suscita el deseo y lo satisface. Nuestra
tarea consiste en ser los deseadores. Dios nunca va a darte nada que no quieras
realmente. Al igual que el de María: "Hágase en mí según tu palabra"
(Lc 1,38), tu ‘fiat’ sigue siendo esencial.
Todos nos encontramos con esta asombrosa
capacidad de amar a Dios y de desear su amor, por ninguna razón en particular.
Eso, a buen seguro, no ocurre todos los días, pero es de esperar que se
produzca con frecuente frecuencia a medida que aprendemos a confiar en la vida
y a descansar en ella. De ti se escapan, por así decir, momentos de amor
incondicional; y cuando eso acontece, ¡nadie se sorprende más que tú! Pero
cuando sucede, siempre eres consciente de que vives en una vida mayor que la
tuya. Y en lo sucesivo ya sabes que tu vida no trata sobre ti, sino que tú
tratas sobre Dios.
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